La Magdalena confortada por ángeles
Esta obra de juventud de Sebastiano Ricci, que fue comentada con entusiasmo por Rodolfo Pallucchini, se ha fechado hacia 1694. El autor está documentado en 1691 en Roma, ciudad en la que trabajó para la familia Colonna, y en 1694 en Milán, donde decoró la iglesia de San Bernardino alle Ossa. Dos años más tarde se estableció en Venecia; allí, además de contraer matrimonio, llevó a cabo numerosos encargos para la ciudad y para localidades próximas, como Padua. Después de su viaje a Roma, su estilo experimentó una transformación por la absorción del barroco romano y el conocimiento de los trabajos de Pietro da Cortona. Ambas huellas se aprecian en la composición de este lienzo, al que se añade una acentuada intensidad lumínica si lo comparamos con los anteriores trabajos del artista.
En esta pintura, María Magdalena, sentada sobre una estera, traza con su cuerpo una potente diagonal que es realzada con la figura del angelito de espaldas, colocado en la zona inferior con un flagelo, y con la inmensa ala del ángel que sostiene a la santa en sus brazos. Ricci compensa la composición, a la izquierda, con otros dos ángeles de rizados cabellos y dos querubines que miran absortos la escena. El esquema compositivo, típicamente barroco, fue desarrollado por Il Baciccio (Giovanni Battista Gaulli, 1639-1709).
El motivo de esta obra es uno de los episodios más conocidos de la vida de la Magdalena, inscrito dentro del capítulo del éxtasis de la santa. Aquí, extenuada por la penitencia y la meditación, como se deduce por el libro abierto sobre el que se apoya, la calavera bajo el querubín de la derecha y la disciplina o flagelo que empuña el angelito junto a su rodilla, María Magdalena se desmaya en los brazos de uno de los ángeles que, durante estos momentos de ensimismamiento, tienen la misión de transportarla de la tierra al Paraíso.
El lienzo, procedente del mercado de arte italiano, fue adquirido en 1977. Sin embargo, existen noticias de dos de sus anteriores propietarios, reseñados en los comentarios que sobre el lienzo se realizaron antes de ingresar en la colección Thyssen-Bornemisza. Así, sabemos que en 1956 la pintura estaba en el Palazzo Soranzo-Venier-Van Axel-Barozzi de Venecia y que veinte años más tarde, en 1976, continuaba en la misma ciudad pero en la colección Ferruzzi Balbi.
En la obra llama poderosamente la atención el tratamiento tan poco femenino que Ricci otorga a la representación de esta santa ermitaña. En ella, no sólo la musculatura resulta sorprendente, sino también la forma de su cuello, excesivamente ancho, así como las duras y poco agraciadas facciones de su rostro. Este hecho llega a ser todavía más llamativo si la comparamos con los ángeles a nuestra izquierda, que irradian belleza, suavidad y dulzura. Todo ello nos llevaría a reconsiderar el sexo de la figura, y por tanto el tema del óleo, si no fuera precisamente por el pecho descubierto que muestra.
La pintura se ha comparado con El ángel de la guarda, que el artista pintó para el altar de la iglesia de Santa Maria del Carmine, en Pavía, fechado en los mismos años que este lienzo.
Mar Borobia