La pasarela
Hubert Robert es uno de los pintores de paisajes y de vistas más fecundos y admirados del siglo XVIII. Fue un artista infatigable a quien Diderot alabó cuando expuso por primera vez en el Salon, en 1767, y al que, con el paso del tiempo, reprochó un descuido en sus composiciones y en sus figuras que no fue otra cosa que el resultado de la precipitación para atender una fuerte demanda. Su pasión por el trabajo quedó en evidencia el año que tras la Revolución pasó en prisión, entre 1793 y 1794, primero en Saint-Pélagie y luego en Saint-Lazare, donde continuó pintando y dibujando.
Robert era hijo de un valet de chambre del marqués de Stainville, familia importante en su vida, ya que el hijo del marqués, el duque de Choiseul, sufragó los inicios de su carrera. Sus primeros pasos en las Bellas Artes le colocan al lado del escultor René-Michel Slodtz, según noticias de Mariette, para participar, entre 1723 y 1724, en la Expositions de la Jeunesse. En 1754 Hubert viajó a Roma, junto con su protector, donde consiguió acceder a las clases de la Academia; allí el director de la institución, un intuitivo Natoire, supo apreciar una de las principales cualidades del alumno: su habilidad para la representación de arquitecturas. El artista pasó en Italia once años, en el transcurso de los cuales viajó, dibujó y organizó unos cuadernos de apuntes de los que se serviría el resto de su vida. En Roma se sintió especialmente atraído por dos artistas que destacaron por sus trabajos con arquitecturas: Giovanni Battista Piranesi y Giovanni Paolo Panini, cuyo recuerdo arrastrará hasta sus últimas composiciones. Hubert Robert llegó a París en 1765, donde un poco más tarde fue admitido y aceptado como miembro de la Academia.
La pasarela procede de la colección del conde Gabriel du Tillet y fue adquirida, en 1929, por Hans Thyssen-Bornemisza en la casa Wildenstein de Nueva York. La obra se presentó, junto a una amplísima selección, en la exposición de la Neue Pinakothek de Múnich, en 1930, en cuyo catálogo fue reproducida y en el que simplemente se registró su ficha técnica. Años más tarde, Charles Sterling la mencionó con un escueto comentario en la publicación de 1969, donde fechó la tela hacia 1775, para lo que tomó como punto de referencia la indumentaria de las figuras y el tratamiento de las hojas y de las ramas de los árboles. También valoró la posibilidad, por su forma oval, de que hubiera formado parte de la decoración de alguna sala como un tableau de place.
El óleo se inscribe dentro del conjunto de vistas de jardines que Robert dejó y que, con la pintura de arquitecturas, constituye uno de los temas de su repertorio. En este rincón, lleno de encanto, el pintor ha instalado sobre un rústico puente de madera a un grupo de personas que se detiene en su paseo para mirar hacia el río, en cuya orilla un artista trabaja en plena naturaleza, motivo recurrente en la obra Robert. La composición es grata, y a ello contribuye el colorido suave de elementos tan importantes como el cielo, el agua y las copas de los árboles, que entona en una selecta gama de azules, grises y verdes y que salpica con diminutos toques tierras, como los de las hojas del árbol en primer término, con los que envuelve los planos más próximos al espectador.
Mar Borobia