Vista de la llanura de Montmartre
No suele ser fácil localizar los paisajes de Théodore Rousseau pues el artista se empeñaba en plasmar, no tanto el lugar en sí sino el profundo sentimiento que emanaba del mismo. Sin embargo en este caso la llanura de Montmartre, sus oteros y sus molinos resultan perfectamente identificables tal como lo son en su cuadro titulado Vista de la llanura de Montmartre. Efecto de tormenta que forma parte de las colecciones del Museo del Louvre (inv. RF 2053).
Observaremos que el artista ha procedido de manera idéntica en ambos cuadros: la llanura, en el centro del paisaje, está intensamente iluminada por los rayos del sol; en último término, los oteros de Montmartre sobre los que se distinguen los dos molinos conocidos y que suelen figurar en los cuadros de Georges Michel.
Rousseau no es aficionado a lo anecdótico. Ya en 1880 Ernest Chesneau escribía este comentario: «El ser humano ocupa un lugar mínimo en la obra de Rousseau; no aparece en sus cuadros más que como algo accesorio, como un episodio sin importancia, que desaparece y en cierto modo se pierde en el conjunto de los fenómenos externos. La pintura de Rousseau deja siempre la impresión de soledad». Se ha comprendido el tema y el mensaje de Rousseau resulta meridianamente claro. Todo se articula en torno a la línea del horizonte que divide el lienzo en dos partes iguales. Y se da la misma importancia a la tierra y al cielo, noción evidentemente estética y pictórica, pero siempre teñida de espiritualidad en el caso de Rousseau.
El artista busca a menudo el color, sin llegar a dominarlo del todo, o al menos a quedar satisfecho. Por ello experimenta continuamente, lleva a cabo ensayos que acabarán por conducirle a la utilización catastrófica del betún. Aquí tenemos la monocromía parda y ocre que domina el primer plano para dejar lugar, en el segundo, a un cielo azul. El pintor utiliza el primer plano y se sirve del mismo, como se escribe en las críticas de aquella época, para «repujar». El árbol es, en definitiva, el único vínculo entre la tierra y el cielo, raíces de lo conocido hacia lo desconocido. Si bien Rousseau es un maestro del árbol y de su restitución a veces en el detalle, en ocasiones sólo pretende plasmar su volumen. Pero hemos de subrayar que, en este caso, el árbol no desempeña el papel principal que se le asigna en la mayoría de sus cuadros. No obstante el conjunto está dotado de gran originalidad.
Michel Schulman