Ritmos de la tierra
1961
Gouache sobre Cartón.
67 x 49 cm
Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid
Nº INV.
771
(1968.13
)
Sala 46
Planta primera
Colección permanente
La máxima aspiración del pintor abstracto americano Mark Tobey era trasladar a sus obras temas universales. Por esta razón, se aparta de sus contemporáneos, como Pollock o Rothko, más preocupados por plasmar sus propias angustias existenciales. Aunque nunca perdió contacto con su lugar de origen, desde 1960, poco tiempo después de haber sido galardonado con el gran premio internacional de la Bienal de Venecia de 1958, Tobey trasladó su residencia para siempre a Basilea. En Europa fue aclamado por los seguidores de la abstracción matérica en torno al teórico francés Michel Tapié.
Ritmos de la tierra, ejecutada en 1961, es una pintura que define a la perfección su estilo pictórico delicado y lineal, derivado tanto de la observación del natural como del automatismo surrealista y de la mística oriental, que le influyó a raíz de su viaje a China y Japón en 1934. Asimismo, su conversión en 1918 a la fe Baha’i, un sincretismo religioso procedente de Irán, que proclama unos valores sobre la unidad de toda la creación próximos al budismo, y su aprendizaje de la caligrafía oriental le marcarían para siempre.
Como en la mayoría de sus pinturas, en esta composición construye una estructura pictórica all-over de tonos terrosos, salpicados de ligeros toques de rojos, azules y amoratados, a través de una serie de formas caligráficas flotantes y entrelazadas, que conforman su particular representación espacial del cosmos. La tensión entre superficie y profundidad, entre luces y sombras, entre el automatismo y la elegancia del gesto, sin establecer ningún énfasis especial en ningún fragmento de la superficie del cuadro, se puede vincular a su dedicación a la música, que le haría comprender la importancia del ritmo, al que alude el título del cuadro. El aspecto musical de su pintura llevó a John Cage a confesar que Mark Tobey era uno de los artistas plásticos que más le habían influido, y lo quiso demostrar dedicándole en 1972 su 25 Mesostics Re and Not Re Mark Tobey.
Paloma Alarcó
Ritmos de la tierra, ejecutada en 1961, es una pintura que define a la perfección su estilo pictórico delicado y lineal, derivado tanto de la observación del natural como del automatismo surrealista y de la mística oriental, que le influyó a raíz de su viaje a China y Japón en 1934. Asimismo, su conversión en 1918 a la fe Baha’i, un sincretismo religioso procedente de Irán, que proclama unos valores sobre la unidad de toda la creación próximos al budismo, y su aprendizaje de la caligrafía oriental le marcarían para siempre.
Como en la mayoría de sus pinturas, en esta composición construye una estructura pictórica all-over de tonos terrosos, salpicados de ligeros toques de rojos, azules y amoratados, a través de una serie de formas caligráficas flotantes y entrelazadas, que conforman su particular representación espacial del cosmos. La tensión entre superficie y profundidad, entre luces y sombras, entre el automatismo y la elegancia del gesto, sin establecer ningún énfasis especial en ningún fragmento de la superficie del cuadro, se puede vincular a su dedicación a la música, que le haría comprender la importancia del ritmo, al que alude el título del cuadro. El aspecto musical de su pintura llevó a John Cage a confesar que Mark Tobey era uno de los artistas plásticos que más le habían influido, y lo quiso demostrar dedicándole en 1972 su 25 Mesostics Re and Not Re Mark Tobey.
Paloma Alarcó