Los jockeys
«En nuestra familia -ironizaba Toulouse-Lautrec-, una vez que uno ha sido bautizado se le coloca enseguida sobre la silla de un caballo». El padre de Lautrec era, en efecto, un fanático -y algo maniático- jinete, cetrero, cazador y aficionado a las carreras de caballos que se propuso que su único hijo siguiera sus pasos. Sin embargo, la rotura de las dos piernas y la consiguiente atrofia de su crecimiento dieron al traste con las ambiciones del joven Lautrec de convertirse en jinete. A pesar de todo, la intensa curiosidad que el pintor sintió por todos lo temas relacionados con la equitación se mantuvo cuando, entre los años 1878 y 1882, se convirtió en discípulo del conocido artista de temas deportivos René Princeteau (1844-1914), un buen amigo de su padre.Los primeros cuadros de Lautrec -que pintó precozmente entre los catorce y dieciocho años- están dominados por temas relacionados con los caballos. Copió a Géricault y a los más recientes artistas que expusieron en el último Salon; en el taller de Princeteau se ejercitó pintando los temas ecuestres que tanto gustaban a su maestro; estudió detenidamente el trabajo de John-Lewis Brown, otro especialista en las pinturas de escenas de caza y reuniones relacionadas con las carreras de caballos; debe señalarse asimismo que, curiosamente, no se inspiró en absoluto en los temas ecuestres pintados por Degas, un artista que posteriormente atraería toda su admiración.
Es poco probable que el pintor conociera realmente los lugares donde se celebraban las reuniones relacionadas con las carreras de caballos. Lo más seguro es que hiciera rápidos esbozos preparatorios en el lugar y que posteriormente pintase la composición definitiva en el estudio. Los jockeys, aunque no está fechado, se sitúa habitualmente en 1882, el mismo año en que Lautrec pintó una composición estrechamente relacionada con este óleo -aunque más pequeña-, que representa el mismo motivo. Ejecutado con gran libertad de factura, Los jockeys es un cuadro en el que un tupido entrelazamiento de pinceladas cortas y sueltas aplicadas con gran vivacidad contribuye a potenciar la animación de la escena. La presencia del perro que corre sugiere que la escena representa no tanto las famosas pistas urbanas de Longchamp o Auteuil como un lugar característico donde los caballeros se reúnen para cazar. Los jinetes parecen ser, en efecto, «jockeys-caballeros» montados en sus corceles curiosamente alargados. Un alto cielo cargado de nubes que amenazan lluvia produce un sorprendente efecto de contre-jour: la escena está iluminada por detrás y sobre nosotros, los espectadores (del cuadro), se cierne estrepitosamente un grupo de sombras.
La incidencia del tema ecuestre disminuye considerablemente en la obra de Lautrec después de 1882, año en que el artista adoptó los procedimientos más rigurosos que aprendió durante sus años de formación en un taller de París y consiguientemente escogió como tema esencial de sus cuadros la representación de la vie moderne de Montmartre. Un cuadro aislado que representa un circo (1888), las series de dibujos de caballos circenses en escena pintados de memoria en el asilo de Neuilly en 1899, así como varias series de pequeñas litografías proyectadas ese mismo año -pero que nunca alcanzaron una realización satisfactoria-, son los puntos culminantes del tratamiento que Lautrec dio al tema del caballo en la última etapa de su carrera artística.
Ronald Pickvance