El Schönberg visto desde Hoisernradalpe
Ferdinand Georg Waldmüller es una de las grandes figuras de la escuela austriaca del siglo XIX. Además del paisaje, Waldmüller trabajó el retrato y la pintura de género, que ocupó en su producción un lugar destacado a partir de la década de 1840. Este pintor se formó con varios artistas a lo largo de unos diez años, en los que también recibió clases en la Academia. Sus primeros trabajos, que sirvieron para completar su bagaje, fueron copias, hechas por encargo, de las obras de los grandes maestros que colgaban de las galerías vienesas. En 1822 participó por vez primera en la exposición de la Academia con varias pinturas; de esta institución llegó a ser profesor en 1829. No obstante, sus relaciones con el organismo no fueron muy cordiales por una serie de escritos polémicos en los que Waldmüller criticaba, en un tono poco amable, el sistema de aprendizaje que se impartía. En el conflicto llegó a mediar, a favor del pintor, el mismo emperador, que fue precisamente quien impulsó su carrera al encargarle, en 1827, una imagen de busto.
Los dos lienzos del Museo Thyssen-Bornemisza, que no son pareja, están fechados en 1833 y 1836 y firmados por el pintor. Ambos se ejecutan en su periodo más fructífero, la década de 1830, etapa determinante por la calidad y por la cantidad de obras que ejecutó y en la que encontramos tanto paisajes como retratos. En estos dos paisajes se percibe el cambio de rumbo que había tomado el género, donde la naturaleza ya no se presenta inaccesible y grandiosa. Estas vistas han experimentado una transformación acorde con los nuevos tiempos, en los que se detecta, a todos los niveles, un crecimiento de la clase media capaz de trasladar sus gustos a las artes. Así, el campo, los aledaños de los pueblos y ciudades o la montaña presentan sus rincones más acogedores, tranquilos y gratos. Estas dos pinturas ingresaron en la Colección en fechas distintas. En la primera tela, el artista nos presenta una vista de la población, próxima a Salzburgo, enmarcada por unas montañas que el pintor ha trabajado, al igual que en la segunda imagen, en tonos fríos con predominio de azules y violetas. Estas masas contrastan con el pueblo y con el agua del río que lo cruza, así como con la inmensa arboleda de trazos verticales, que esconde una modesta cabaña en la falda del Schönberg. Los lienzos evidencian una técnica de gran precisión que se acomoda a la nueva demanda y que es capaz de reproducir, sin perder el toque de pincel, tanto los detalles más pequeños de los últimos planos como los de los primeros, y que se verifica aquí en la construcción de las pronunciadas laderas del Schönberg y en las densas y compactas ramas de los árboles, cuyas hojas se distinguen sin dificultad en la espesura, a la derecha. Esta minuciosidad será una de las características de los lienzos de Waldmüller y el artista la llevó a su máxima expresión en los retratos y en sus escenas de campesinos.
Mar Borobia