La ciudad
1950 - 1951
Gouache, tinta y acuarela sobre Papel.
21 x 16,5 cm
Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid
Nº INV.
786
(1975.19
)
No expuesta
Alfred Otto Wolfgang Schulze, conocido artísticamente como Wols, abandonó Alemania en 1933 con la llegada del nazismo, y el resto de su corta existencia transcurrió entre Francia y España, viviendo siempre como un outsider, en los márgenes de la sociedad. En París, en 1951, el crítico Michel Tapié le incluyó en la exposición titulada Vehemencias confrontadas, en la que hacía una comparación de las tendencias no figurativas de la pintura francesa, americana e italiana, y pronto se convirtió en uno de los precursores de la abstracción informal, denominada en ocasiones tachismo.
En la abstracción caligráfica de Wols, una peculiar mezcla de influencias poéticas, orientales y surrealistas, puede apreciarse tanto la huella de la improvisación psíquica de Klee y del automatismo de Miró, Tanguy o Masson, como de los denominados dibujos psicoanalíticos de Jackson Pollock. Ahora bien, a pesar de su cercanía a ciertos lenguajes informales, Wols, seguidor de la filosofía taoísta con aspiraciones de armonía con la naturaleza, no abandonó nunca las referencias al mundo real.
Como se pone en evidencia en La ciudad, una pequeña y delicada obra sobre papel perteneciente al Museo Thyssen-Bornemisza, las ciudades de Wols no son lugares idílicos, sino, como ha escrito Werner Haftmann, «ciudades enigmáticas que frecuentaban los sueños de Kafka o de Kubin». La ausencia de vida humana es suplida por un universo fantasmagórico, arrastrado por una turbulencia que le hace encerrarse en sí mismo. Como en otras acuarelas de su periodo final, los trazos gestuales y automáticos se fueron haciendo más espontáneos, y el entramado de pequeños puntos y líneas intrincadas, delineadas con tinta china, envuelven el fondo de colores aplicados con acuarela. Como la mayor parte de sus pinturas, esta imagen confusa puede considerarse la expresión de su estado de ánimo personal, que su amigo el escritor Jean-Paul Sartre definió en términos existencialistas: «Su vida era como una sarta de cuentas estropeadas y desparejadas, cada una de las cuales encarnaba el mundo. Como él mismo solía decir, no importaba por dónde se rompiera la cadena».
Paloma Alarcó
En la abstracción caligráfica de Wols, una peculiar mezcla de influencias poéticas, orientales y surrealistas, puede apreciarse tanto la huella de la improvisación psíquica de Klee y del automatismo de Miró, Tanguy o Masson, como de los denominados dibujos psicoanalíticos de Jackson Pollock. Ahora bien, a pesar de su cercanía a ciertos lenguajes informales, Wols, seguidor de la filosofía taoísta con aspiraciones de armonía con la naturaleza, no abandonó nunca las referencias al mundo real.
Como se pone en evidencia en La ciudad, una pequeña y delicada obra sobre papel perteneciente al Museo Thyssen-Bornemisza, las ciudades de Wols no son lugares idílicos, sino, como ha escrito Werner Haftmann, «ciudades enigmáticas que frecuentaban los sueños de Kafka o de Kubin». La ausencia de vida humana es suplida por un universo fantasmagórico, arrastrado por una turbulencia que le hace encerrarse en sí mismo. Como en otras acuarelas de su periodo final, los trazos gestuales y automáticos se fueron haciendo más espontáneos, y el entramado de pequeños puntos y líneas intrincadas, delineadas con tinta china, envuelven el fondo de colores aplicados con acuarela. Como la mayor parte de sus pinturas, esta imagen confusa puede considerarse la expresión de su estado de ánimo personal, que su amigo el escritor Jean-Paul Sartre definió en términos existencialistas: «Su vida era como una sarta de cuentas estropeadas y desparejadas, cada una de las cuales encarnaba el mundo. Como él mismo solía decir, no importaba por dónde se rompiera la cadena».
Paloma Alarcó