Cristo en la Cruz
Este lienzo de Zurbarán permaneció inédito hasta 1918, fecha en la que Hugo Kehrer lo dio a conocer en su monografía dedicada al pintor. En ese año el cuadro estaba registrado en la colección alemana del doctor Rohe, en Múnich, donde permaneció, al menos, hasta 1953, fecha de la edición del libro de Martín S. Soria sobre el pintor. La pintura fue adquirida por el barón Hans Heinrich en abril de 1956 a la galería M. Knoedler & Co., de Nueva York.
La pintura se ha situado en una etapa temprana en la carrera del artista, en la que este tema, Cristo en la cruz, fue un referente habitual en su producción. El ejemplo más temprano con este asunto lo tenemos en el lienzo del Art Institute de Chicago, de 1627, procedente del convento dominico de San Pablo el Real en Sevilla. Considerada una de sus obras maestras, Zurbarán coloca a este Cristo muerto sobre unos rudos maderos en los que se sujeta con cuatro clavos. La imagen, de fuerte efecto, está trabajada con un claroscuro que dibuja y esculpe el cuerpo del Redentor. Zurbarán reelaboró el tema con Cristo vivo, como es el caso que nos ocupa; muerto, como en la obra que acabamos de mencionar, en la que rebosa serenidad; con santos, como el San Lucas delante de la cruz del óleo conservado en el Museo del Prado; o con donantes. Las interpretaciones que Zurbarán hizo de este episodio son numerosas.
Para María Luisa Caturla este Cristo en la cruz deriva del de la iglesia parroquial de Motrico, pintura de la que se conocen una docena de versiones. Si comparamos estas imágenes, Motrico y Museo Thyssen-Bornemisza, comprobamos que resultan extremadamente parecidas, diferenciándose sus composiciones por pequeños detalles. En ambas se han aplicado fondos oscuros sobre los que destaca la figura de Cristo con el cuerpo de frente y fuertemente iluminado. La cabeza se inclina hacia un lado, elevando los ojos en señal de súplica, y contribuyendo su boca entreabierta a acentuar su plegaria y patetismo. Pocos pormenores, además de los estilísticos, separan ambos modelos; entre ellos reseñamos los paños de pureza, parecidos en la forma en que se anudan, pero con más caída de tela en nuestra pintura, o los dedos de las manos, más flexionados y cerrados en la obra de Motrico.
Casi todos los Cristos crucificados de Zurbarán colocan sus pies en un supedáneo y se sostienen con cuatro clavos, tema este que tuvo una amplia repercusión en la pintura y escultura sevillana. A ello, sin duda, contribuyeron los escritos del suegro de Velázquez, Francisco Pacheco, como atestigua una carta de 1619 del cronista y poeta sevillano Francisco de Rioja en la que felicita a Pacheco por restituir en estas imágenes lo que dicen «los escritores antiguos».
La pintura está ejecutada después del encargo de Llerena y próxima a las series de los conventos sevillanos de San Pablo el Real y de la Merced Calzada. El resultado de estos dos conjuntos abrió a Zurbarán las puertas de Sevilla.
Mar Borobia