Retratista y pintor de género, nació en 1617 en Zwolle. Gerard ter Borch se inició en las Bellas Artes en el entorno familiar y su primer aprendizaje corrió a cargo de su padre, Gerard ter Borch, el Viejo. Gerard fue un niño precoz que a los ocho años ya había ejecutado dibujos y estudios de gran calidad, como el Caballero conservado en el Rijksmuseum de Amsterdam. Completó su formación en Haarlem con el pintor de paisajes Pieter de Molijn, en cuyo taller está documentado en 1634, y su nombre aparece inscrito, en 1635, en el gremio de pintores de esa ciudad. En ese mismo año realizó un viaje a Londres para trabajar en el estudio de su tío, el grabador Robert van Voerst, regresando a Holanda en 1636. Durante la segunda mitad de la década de 1630 el artista visitó países como Alemania, Italia, Francia y España, donde llegó en 1639. A finales de 1645, junto con Adriaen Pauw, viajó a Münster, ciudad a la que regresó en 1648, siendo testigo de la ratificación de la Paz de Westfalia que plasmó en su obra La jura de la ratificación del Tratado de Münster (Londres, National Gallery). En 1653 se encuentra en Delft, y en 1654 está documentado en Deventer, donde contrajo matrimonio con Geertruyt Matthys, y donde permaneció hasta su muerte en 1681.

Sus primeras pinturas fueron composiciones, con soldados al estilo de Haarlem, a las que siguieron retratos de cuerpo entero y formato reducido, y sobre todo cuadros de interiores domésticos. Entre ellos destacan La amonestación paterna, de hacia 1655-1656, identificada hoy como una escena de burdel (Berlín, Gemäldegalerie), El concierto, de hacia 1661-1662, también en Berlín, y La carta, fechada en los primeros años de la década de 1660, en la Royal Collection Trust, Reino Unido. Estas pinturas, casi todas de pequeñas dimensiones al igual que sus retratos, se componen con pocas figuras y con un tratamiento minucioso de la luz. Ter Borch puso en ellas un cuidado especial en la descripción de los materiales y en las texturas de los tejidos que visten sus personajes. Elegante hasta para representar los asuntos más cotidianos de la sociedad de su tiempo, sus óleos desprenden delicadeza y un sentido extraordinariamente sutil del color. No tuvo muchos discípulos, pero entre ellos destaca Caspar Netscher.

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