Bodegón con almirez,cántaro y caldero de cobre
Este bodegón, al igual que la pareja anterior, se inscribe dentro del primer periodo de actividad de Chardin, cuyas primeras obras conocidas son precisamente naturalezas muertas. Sobre la vida de Jean-Baptiste-Siméon Chardin se sabe bastante poco hasta 1718, fecha en que está con Pierre-Jacques Cazes trabajando como aprendiz, para continuar sus estudios como pintor, durante una breve temporada, con Noël-Nicolas Coypel. En la década de 1720 Chardin empezó a conseguir sus primeros logros: expone por vez primera en la Place Dauphine y es aceptado en la Academia como pintor de animales y frutas, elementos ambos que formarán parte, junto con los cacharros, de sus naturalezas muertas.
Los primeros bodegones que Chardin tiene adscritos se caracterizan por su parquedad, sobriedad que se circunscribe tanto a la cantidad como al tipo de objetos elegidos, que elabora con un colorido riguroso. Chardin suele presentar a los protagonistas de estas telas en una encimera de piedra, gruesa y robusta, sobre la que va disponiendo de una manera práctica cacharros corrientes, de uso cotidiano en las cocinas de su tiempo. Los objetos, sencillos, están hechos de materiales rústicos, como la loza, el cobre, la madera, el mimbre o el vidrio, y el pintor juega con sus formas, sus colores y sus texturas, sobre unas superficies simples, creando con ellos múltiples variantes, siempre bien estructuradas.
En el caso de Bodegón con almirez, cántaro y caldero de cobre, Chardin ha acomodado sobre una repisa de piedra un almirez de madera, un cántaro de barro, un caldero de cobre y una cazuela de barro. Entre ellos y en primer término, se interpone un lienzo blanco, de trama fuerte, con el que presenta un manojo de cebollas, unas patatas, dos huevos y unos delgados puerros. Chardin ha empleado recursos del mundo nórdico para crear profundidad, como es el caso de la tela que cuelga por el borde de la encimera o de la orientación elegida para los finos puerros que sobresalen de la mesa y que sustituyen a los tradicionales mangos de los cuchillos del universo flamenco y holandés. Uno de los conjuntos más hermosos de este bodegón es el estudio de blancos con el que el pintor nos deleita en el primer término; aquí la piel de las cebollas y la cáscara de los huevos compiten en su blancura con el color de la recia tela sobre la que reposan. A esta gama de texturas, llena de matices, se suma el juego cromático que consigue con las patatas y la cazuela, al alternar y yuxtaponer sus cálidas pinceladas al conjunto de blancos. El almirez de madera, que queda ligeramente desplazado a la izquierda, volverá a aparecer en otras composiciones del pintor, al igual que el jarro y el caldero de cobre.
La pintura, que se encuentra firmada, ha sido fechada hacia 1728-1732. Procede de la colección Gans de Basilea y participó en la exposición de Múnich de 1930. Si comparamos esta tela con otras ejecutadas en la misma etapa donde los utensilios de cocina y las viandas son más abundantes, comprobaremos la habilidad del artista para conseguir unas composiciones llenas de encanto, con pocos y modestos elementos como los que aquí se presentan.
Mar Borobia