La Inmaculada Concepción
La Inmaculada Concepción entró en la colección Thyssen-Bornemisza en 1929 procedente de la colección de Marczell von Nemes de Budapest, donde estuvo entre 1909 y 1928. Según Rudolf Heinemann, la referencia más antigua que de ella se conoce se encuentra en una colección privada gaditana. De allí pasó a la colección madrileña de Miguel Borondo, a la del marqués de Casa Torres, en 1902, a la del marqués de la Vega-Inclán y en 1908, antes de que la obra viajara a Hungría, a la de Luis de Navas en Madrid. La tela, que fue publicada y reproducida por primera vez en 1906, ha figurado en todos los catálogos de la colección Thyssen-Bornemisza desde la exposición de Múnich de 1930. El tema, que en esas primeras publicaciones se identificó con la Asunción, fue corregido, unos años más tarde, por Mayer.
Esta composición se ha comparado con dos obras del Greco. La más temprana de ellas es La Inmaculada Concepción contemplada por san Juan Evangelista, pintada para la iglesia de San Román en Toledo. Fechada hacia 1580-1585, el pintor presenta a una Virgen alargada que flota en el cielo, enmarcada por ángeles músicos y apoyada sobre querubines. En la zona inferior, donde se coloca a san Juan, El Greco abre un paisaje en el que los símbolos de la Inmaculada se insertan, por primera vez, como partes de una vista. La segunda Inmaculada, mucho más tardía y próxima a la nuestra por su ejecución, está fechada entre 1608 y 1613, y se conoce con el nombre de Oballe por el de la capilla para la que fue pintada. En esta tela, El Greco, reelaboró el tema para conceder un protagonismo mayor al rompimiento de gloria, a los ángeles y querubines que acompañan a la Virgen, con lo que consiguió un efecto etéreo mucho más marcado que en las otras composiciones. Gudiol apuntó la posibilidad de que nuestra Inmaculada tal vez hubiera sido un paso previo para la composición de la capilla Oballe; sin embargo, Álvarez Lopera consideró, tras estudiar los modelos con estas representaciones, que nuestra Inmaculada es una evolución de la de la iglesia de San Román, en la que se ha ganado en dinamismo y claridad doctrinal. En cuanto a la ejecución del lienzo, el primero en reseñar la colaboración del hijo del pintor, Jorge Manuel, fue Soehner, que detectó una desigualdad entre las figuras y el paisaje, que asignó a Jorge Manuel. Por su parte, Wethey la catálogo con participación del taller, tras compararla con la Inmaculada Oballe. Cossío también recalcó los contrastes de ejecución entre el fondo y las figuras, y también lo reseñó Álvarez Lopera, que asignó la obra al Greco con la colaboración de Jorge Manuel.
Mar Borobia