Retrato de una dama
Pier Francesco Foschi ha sido una figura poco conocida del Renacimiento florentino, y sus trabajos han estado atribuidos a otros pintores de su entorno. Foschi, que procedía de una familia de artistas, pasó por el taller de Andrea del Sarto, cuyas enseñanzas se reflejarán en sus primeras obras. En 1536 colaboró con Pontormo en la loggia de Villa di Careggi y en 1557 su nombre aparece en el registro de la corporación de Medici e Speziali. Entre sus trabajos más sobresalientes se encuentran el óleo con La Virgen y el Niño y los santos Benedetto y Bernardo, en San Barnaba de Florencia, y tres pinturas para la iglesia del Santo Spirito con la Disputa de la Inmaculada Concepción, La Resurrección y La Transfiguración. La personalidad y el catálogo de este pintor han ido perfilándose desde mediados de la década de 1950, cuando Roberto Longhi le dedicó, en 1953, el primer artículo. A este estudio inicial siguieron los de Antonio Pinelli, de 1967, así como una serie de ensayos que fueron completando el repertorio del artista, en el que destacan, de forma especial, junto a sus composiciones religiosas, los retratos. Sus obras de madurez reflejan rasgos de Bronzino, Sogliani y Pontormo.
Esta tabla fue adquirida a la galería Mercuria de Lucerna como obra de Pontormo en julio de 1935. Anteriormente había pertenecido a la colección de W. von Dirksen, en Berlín, momento en el que se prestó al Kaiser-Friedrich Museum de Berlín para una exposición celebrada en 1906. Su siguiente propietario fueron las Galleries Paul Bottenwieser, donde estaba en 1933, participando en ese año en una exposición en Detroit y otra en Chicago.
La atribución del óleo a Pontormo ha figurado en los catálogos de la Colección desde 1937 hasta 1969, y fue apoyada, entre otros, por Bernard Berenson, Lionello Venturi y Philip Hendy. En 1930, Voss la catalogó ya como una pieza de Pier Francesco Foschi, opinión que, veinte años más tarde, compartieron Roberto Longhi y Forster. Uno de los detalles más llamativos de este retrato tal vez sea el fondo y la postura que el pintor escogió para su cliente. Un sobrio escenario arquitectónico donde dos pilastras enmarcan con fuerza a la mujer, que se destaca sobre un paño liso de muro. Sentada sobre un basamento, apoya sus brazos en lo que parece el zócalo de las pilastras. La figura resulta, por su pose y por el colorido, de una elegancia extrema, a lo que se añade la expresión tranquila y sosegada de su rostro, que se construye con suaves y pálidas carnaciones que marcan las mejillas y los pómulos. En la figura se aúnan la austeridad y el lujo que apreciamos en detalles tan singulares como los guantes, los manguitos del traje, el cinturón, la delgada cadena con la cruz, el libro cuya lectura ha dejado la dama o el tocado. La pintura, de una gran calidad, se ha comparado con el Retrato de una dama que se conserva en el Städelsches Kunstinstitut de Frankfurt.
Mar Borobia