La Virgen entronizada con el Niño
Lorenzo Costa se formó en el taller ferrarés de Ercole de’Roberti y en la década de 1480 se trasladó a Bolonia, donde trabajó para Giovanni II Bentivoglio. La primera obra conocida que el artista firmó es un San Sebastián, conservado en la Gemäldegalerie de Dresde, al que siguió la decoración realizada para la familia Bentivoglio, en 1488, en la iglesia de San Giacomo Maggiore en Bolonia. Tanto Roberto Longhi como la crítica posterior han intentado establecer el catálogo de obras anteriores a la decoración del templo boloñés, tarea que ha resultado difícil de resolver por las similitudes de estilo que existen entre el pintor y su maestro.
La Virgen entronizada con el Niño procede de la colección londinense Heseltine y entró a formar parte de la colección Thyssen-Bornemisza en 1935. Su primera referencia bibliográfica se produjo después de su adquisición, en 1937, precisamente en una publicación a cargo de Rudolf Heinemann, en la que figuró adscrita a Lorenzo Costa. No obstante, unos años antes de su adquisición, George Gronau había catalogado ya la tabla como una pintura de Costa, figurando así en un informe, en el que además la incluía en un periodo tardío de su actividad. Con esta atribución apareció en el catálogo de la Colección editado en 1958 y en el de 1969, cuyo comentario fue, una vez más de Heinemann. Este historiador reconoció la deuda que la pintura tenía con los trabajos de Ercole de’Roberti, pero fechó la tabla en uno de los momentos más creativos del pintor, la última década del siglo XV, entre el trabajo de la capilla Rossi en San Petronio, donde contó con la colaboración de Francesco Francia, y el de la de la familia Ghedini en San Giovanni in Monte, iglesias ambas situadas en Bolonia.
La pintura desarrolla en pequeño formato un esquema que Lorenzo Costa había seguido para sus cuadros de altar. En esta ocasión, el artista ha prescindido de los santos y los mártires que forman sus Sagradas Conversaciones, donde la Virgen y el Niño ocupan un lugar central, y se sitúan, por la posición del estrado, a una altura mayor que sus acompañantes. El pintor, respecto de estos modelos, también ha simplificado la puesta en escena en esta tabla, donde ha sustituido los interiores arquitectónicos por un grato paisaje animado con pequeñas figuritas. De las composiciones que Costa diseñó para las palas Rossi y Ghedini, tan sólo queda en esta tabla un recuerdo en la reducción del trono arquitectónico que aquí se eleva sobre una plataforma octogonal, sostenida por ocho putti. Su disposición, así como la combinación del suelo, sirve para dilatar un espacio en el que se ha instalado una Virgen de cuyo rostro emana calma y serenidad. El rojo y el azul que viste son un punto de partida para el cromatismo del paisaje a su espalda, en el que se aprecian reminiscencias de la escuela de Ferrara en el macizo rocoso que ocupa el lateral izquierdo y en las formas caprichosas que adquieren las pequeñas nubes que recorren el celaje.
Mar Borobia