La Sagrada Familia con san Juanito
Baccio della Porta, nombre con el que se conocía al artista antes de tomar los hábitos de la orden de los dominicos, se formó en Florencia con Cosimo Rosselli, aunque su verdadero maestro fue Piero di Cosimo, con el que coincidió en el taller de Rosselli. Según parece, fue Piero di Cosimo quien le animó a conocer la técnica y los trabajos de los pintores de los Países Bajos, así como la producción de otros artistas florentinos. En 1500 ingresó en el convento de San Domenico de Prato, y más tarde formó parte de la congregación de San Marco, en Florencia, momento en el que optó por el nombre de Fra Bartolommeo. En 1508 visitó Venecia, cuyo colorido dejó huella en su pintura, y entre 1513 y 1514 estuvo en Roma, donde trabajó para el prior de San Silvestro al Quirinale. En sus primeras pinturas se advierte el conocimiento que tenía del Quattrocento, así como de las pinturas de Leonardo da Vinci, del que asimiló procedimientos como las valoraciones tonales. Fra Bartolommeo fue un seguidor de Savonarola e imprimió a sus pinturas los postulados promulgados por este religioso, que fue ejecutado en 1498. Vasari le consideró un excelente pintor, del que alabó su colorido, especialmente el de las carnaciones y el de las telas, donde, según el crítico, consiguió unas tonalidades suaves. Vasari también subrayó su manera de difuminar los motivos, así como su técnica para el claroscuro y el sombreado que hace que sus figuras «adquieran tal relieve que parece estén vivas».
Fra Bartolommeo representa en esta tabla un tema que tuvo una amplia respuesta en los círculos italianos de los siglos xv y xvi: el encuentro de niñez entre Jesús y san Juan Bautista. Sin embargo, Fra Bartolommeo consigue inculcar a ese momento un aire novedoso por la forma en la que interpreta un episodio que no se recoge en los Evangelios. El artista ha elegido como escenario y entorno el marco y los personajes que habitualmente encontramos en la Adoración del Niño. Así, a la derecha, vemos parte de una ruinosa arquitectura que alude al establo, donde el buey y el asno permanecen tumbados, alejados de la escena. El primer plano está ocupado por la Sagrada Familia, a cuyos gestos Fra Bartolommeo, con delicadeza, dedica una atención especial para que al espectador le llegue con facilidad el mensaje piadoso que encierra su composición. Las figuras, pese a las dimensiones de la obra, son notables; san José se coloca sentado a la izquierda, a cuyos pies, y sobre el manto de la Virgen, se ha instalado al Niño, que extiende sus brazos para recibir a san Juan, que, desnudo y también encima del manto de la Virgen, se acerca a Jesús en actitud devota. María es la encargada de presentar a su Hijo a san Juan, a quien cariñosamente acerca al Niño con su mano. La escena se completa con otro elemento característico de las escenas de Adoración: los tres ángeles, que en este caso flotan sobre las figuras como si así quisieran proteger a los miembros de la Sagrada Familia.
La influencia de la escuela del norte se aprecia en el extenso paisaje que se desarrolla en los últimos planos. Fra Bartolommeo lo ha construido con tonos fuertes y contrastados que reducen gradualmente su intensidad hasta que el celaje y las cumbres de las montañas se funden. La pintura irradia tranquilidad, así como dignidad y armonía, preceptos que se recogen en la producción de este pintor florentino cuyas composiciones destilan una profunda religiosidad.
Mar Borobia