Retrato de Madame Bouret como Diana
1745
Óleo sobre lienzo.
138 x 105 cm
Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid
Nº INV.
297
(1959.4
)
Sala 24
Planta segunda
Colección permanente
Jean-Marc Nattier, al igual que su hermano Jean-Baptiste, recibió sus primeras clases en el ámbito familiar; su padre trabajaba como retratista y su madre conocía la técnica de la miniatura. Jean-Marc, desde joven, demostró una habilidad natural hacia el dibujo, copiando composiciones y fragmentos de otros pintores con excelentes resultados y consiguiendo de la Academia, en su adolescencia, el primer premio de dibujo. Los inicios de Nattier en las Bellas Artes, apadrinado por Jean Jouvenet, aparecen ligados al campo de la ilustración, ya que muchos de sus primeros diseños de obras de Rubens y Le Brun se destinaron a grabados. Nattier fue admitido en la Academia en 1717 como pintor de historia, con una composición de tema mitológico. Sin embargo, el artista triunfó con el retrato, un género que no estaba demasiado bien considerado en los medios academicistas. Sus habilidades en esta modalidad se reflejan en el comentario legado por su primer biógrafo, que fue su hija, casada con el pintor Louis Tocqué, cuando un jovencísimo Nattier presentó al rey Luis XIV un dibujo para un grabado de su retrato de Rigaud que fue alabado por el monarca. Sin embargo, su gran éxito lo consiguió a través de una fórmula que triunfó en los círculos cortesanos y burgueses. Nattier tuvo una gran capacidad para captar los rasgos fisonómicos de sus clientes y llevarlos a sus telas con una alta idealización que nunca perdió el parecido. Sus modelos aparecen ante el espectador disfrazadas de divinidades o de figuras alegóricas que reconocemos por sus atributos y transformadas con un pincel exquisito que trabaja las figuras con delicadeza y sensibilidad, en gamas cromáticas armónicas y transparentes.
El retrato de Madame Bouret como Diana ejemplifica con claridad este capítulo de la producción del pintor. Como fondo para esta dama, convertida momentáneamente en la diosa Diana, se ha elegido un entorno natural, acorde con el personaje, que Nattier ha interpretado con colores fríos y pocos elementos, entre los que el cielo tiene mayor protagonismo. La figura aparece sentada y de frente, y señala con el dedo índice de su mano izquierda algo fuera del campo de nuestra visión. El arco que sostiene en su regazo, el carcaj con las flechas sobre la roca y la dúctil tela de piel de leopardo que cubre uno de sus brazos son los símbolos de esa diosa de la Antigüedad polifacética que personifica la caza. El resultado es un retrato elegante, donde una joven, que posa con naturalidad, nos dedica una mirada, con sus ojos brillantes, plena de ensoñación y dulzura. Nattier, como no podía ser menos, presta atención a la indumentaria de su modelo, envuelta en una ligera túnica que compite en blancura con el tono de su piel y que deja caer artísticamente descubriendo parte del pecho de la dama.
La identificación de esta mujer con Madame Bouret se recoge en los catálogos de la colección desde 1958, pues así figuró en la colección Blumenthal de París, donde la pintura estuvo en la década de 1930. El apellido de soltera de la modelo, de origen portugués, era Tellez d’Aosta; en 1735 contrajo matrimonio con Etienne Michel Bouret, futuro tesorero y «fermier géneral». La pintura, que está firmada y fechada por el artista en 1745, se inscribe en uno de los periodos de mayor calidad de su carrera.
Mar Borobia
El retrato de Madame Bouret como Diana ejemplifica con claridad este capítulo de la producción del pintor. Como fondo para esta dama, convertida momentáneamente en la diosa Diana, se ha elegido un entorno natural, acorde con el personaje, que Nattier ha interpretado con colores fríos y pocos elementos, entre los que el cielo tiene mayor protagonismo. La figura aparece sentada y de frente, y señala con el dedo índice de su mano izquierda algo fuera del campo de nuestra visión. El arco que sostiene en su regazo, el carcaj con las flechas sobre la roca y la dúctil tela de piel de leopardo que cubre uno de sus brazos son los símbolos de esa diosa de la Antigüedad polifacética que personifica la caza. El resultado es un retrato elegante, donde una joven, que posa con naturalidad, nos dedica una mirada, con sus ojos brillantes, plena de ensoñación y dulzura. Nattier, como no podía ser menos, presta atención a la indumentaria de su modelo, envuelta en una ligera túnica que compite en blancura con el tono de su piel y que deja caer artísticamente descubriendo parte del pecho de la dama.
La identificación de esta mujer con Madame Bouret se recoge en los catálogos de la colección desde 1958, pues así figuró en la colección Blumenthal de París, donde la pintura estuvo en la década de 1930. El apellido de soltera de la modelo, de origen portugués, era Tellez d’Aosta; en 1735 contrajo matrimonio con Etienne Michel Bouret, futuro tesorero y «fermier géneral». La pintura, que está firmada y fechada por el artista en 1745, se inscribe en uno de los periodos de mayor calidad de su carrera.
Mar Borobia