Mujer en un diván
En la primavera de 1914, durante su viaje a Túnez junto a Paul Klee y Louis Moilliet, el joven Macke resume y amplía los hallazgos pictóricos adquiridos hasta entonces y realiza más de una treintena de acuarelas entre las que se encuentra esta pequeña obra de la colección Thyssen-Bornemisza. Macke, que sin duda tenía la cabeza llena de representaciones literarias de Oriente y de imágenes contempladas en la gran exposición de arte islámico celebrada en Múnich en 1910, no planeó su expedición a tierras africanas con un talante romántico, o simbolista, de huida hacia lo exótico. No pretendía una búsqueda de tipo cultural, sino estético, y su viaje tuvo desde el principio un objetivo muy concreto: experimentar en vivo la luz y el colorido del norte de África. Precisamente esa luminosidad, esa intensidad de la luz del Mediterráneo africano, que había emocionado a Delacroix y había cegado los ojos de su admirado Matisse, supuso una revelación para Macke y le permitió consolidar sus ideas sobre la liberación del color. Macke descubre las estructuras geométricas que hay debajo de las formas arquitectónicas tunecinas y, de forma simultánea, realiza varias acuarelas con temas inspirados en los harenes, como esta Mujer en un diván.
El trágico destino del joven Macke, que pocos meses después moriría en el frente, nos ha dejado la incertidumbre de saber dónde le hubiera llevado esta enriquecedora experiencia. Pero la Primera Guerra Mundial no sólo truncó la prometedora carrera de Macke, sino que puso fin a muchas de las aspiraciones del arte de vanguardia alemán.
Paloma Alarcó