El gallo
El primer propietario de El gallo, hoy en el Museo Thyssen-Bornemisza, fue el marchante Georges Bernheim, con quien Chagall firmó un contrato en 1927, que marcó el inicio del imparable éxito del pintor. Cinco años antes, había decidido volver a Occidente tras un largo periodo en Vitebsk y Moscú. Primero se trasladó por un tiempo a Berlín, hasta que en septiembre de 1923, su amigo el poeta Blaise Cendrars le convenció para volver a la capital francesa y aceptar el encargo de Ambroise Vollard de ilustrar con una serie de grabados su edición de Las almas muertas de Gógol y de las Fábulas de La Fontaine. El gallo, de la colección Thyssen-Bornemisza, es una composición directamente relacionada con dos de los grabados realizados para estas Fábulas: El gallo y el zorro y El gallo y la perla. Estas ilustraciones, en las que empezó a trabajar en 1927, se adecuaban de forma impecable a la fantasía y la ironía del escritor francés, cuyos poemas estaban poblados tanto de héroes de la mitología clásica y popular como de todo un repertorio de animales que se comportaban como seres humanos.
Chagall representa en el lienzo un abrazo amoroso entre el animal y una figura femenina que se suele identificar con un arlequín. El juego amoroso continúa en otras dos parejas de amantes que se abrazan en el fondo de la composición. Para Chagall el gallo tenía un significado simbólico pues, como señala Franz Meyer, desde antiguo «jugaba una parte fundamental en los ritos religiosos como personificación de las fuerzas del sol y del fuego» y además, era un motivo frecuente en los lubok rusos. Por último, el colorido resplandeciente de la composición, que anuncia la química del color de sus composiciones finales, está seguramente relacionado, tal y como apunta Susan Compton, con la amistad que unía a Chagall con el matrimonio Delaunay.
Paloma Alarcó