Luna sobre Alabama
Cuando en 1941 Richard Lindner llegó a Nueva York después de haber pasado unos años refugiado en la capital francesa tras su abandono de Alemania en 1933, se retiró paulatinamente de su profesión de ilustrador y se convirtió en pintor. A su inconfundible estilo pictórico, que responde a un trabajoso proceso de elaboración, calificado acertadamente por Werner Spies como «collage mental», hay que añadir todo un entramado de diferentes influencias. En sus obras, inspiradas en el ambiente urbano de Nueva York o en la cultura de masas norteamericana, se hace explícita la huella de la sátira social de George Grosz, la simplificación formal de los autómatas de Oskar Schlemmer y de las monumentales figuras mecanizadas de Fernand Léger. Sus fondos de formas abstractas y las frases de tipografía nos remiten a la estética cartelista y al mundo de la publicidad; las asociaciones psicológicas entre los objetos y sus personajes, le acercan al surrealismo; la descomposición formal, está tomada del cubismo; y, finalmente, su lenguaje pictórico y su paleta brillante y colorista, le vinculan al pop, del que es considerado precursor. Ahora bien, detrás de todas estas afinidades y esos múltiples referentes del pasado, se esconde una inquietante y original pintura, llena de significados ocultos que convierten a Richard Lindner en un artista único y de difícil catalogación. Su enigmático mundo pictórico, cargado de significados autobiográficos, connotaciones eróticas y referencias literarias, es el resultado de una simbiosis perfecta del ambiente de la gran metrópolis norteamericana y del bagaje cultural de la Europa de comienzos del siglo XX, a la que el artista debe su formación intelectual.
Luna sobre Alabama, de 1963, pertenece a su etapa de madurez creadora. El espectáculo de la ciudad moderna, que supuso para el pintor una fuente inagotable de inspiración, queda plasmado en esta escena callejera con una robotizada imagen de dos viandantes de perfil de proporciones monumentales, que invaden gran parte de la composición sobre un fondo geométrico de fuertes colores planos. La figura femenina destaca en primer término y oculta una gran parte del cuerpo del hombre, situado detrás de ella en un discreto segundo plano. Mientras el hombre tiene la piel oscura, la mujer-maniquí, convertida en una verdadera diosa contemporánea de formas femeninas exageradas y redondeadas, que incrementan su carga erótica, posee un rostro blanquecino, empequeñecido con respecto al volumen de su cuerpo con los ojos agrandados y los labios exageradamente voluminosos, que le dan el aspecto de una máscara. Como en otras ocasiones, el artista se vale de esta moderna amazona para satirizar las costumbres sexuales o para criticar de forma mordaz la deshumanización y la soledad de la vida moderna.
El título del cuadro está sacado del estribillo de una canción de la ópera satírica de Bertolt Brecht y Kurt Weill Auge y caída de la ciudad de Mahagonny, de 1930, versionada por The Doors en su primer álbum de 1967: «Oh, Luna de Alabama / Ahora tenemos que decir adiós». Ahora bien, a esta parábola de la descomposición moral de la sociedad de Weimar, Lindner añade un significado contemporáneo, pues el estado de Alabama se había convertido en 1963 en el principal foco del movimiento por los derechos civiles tras el intento del gobernador del estado de prohibir la entrada de dos estudiantes negros en la universidad. Como ha señalado Judith Zilczer, Lindner, que apoyaba este movimiento, nos ofrece en esta pintura una metáfora visual de los conflictos raciales a través de la incomprensión que transmiten estos dos peatones de distintas razas que caminan en sentido opuesto para simbolizar la distancia entre ambos y la tragedia que supone esa enemistad.
Paloma Alarcó