Rembrandt está considerado uno de los grandes genios de la historia de la pintura, además de un magnífico, prolífico y excelente grabador. El uso del claroscuro con fuertes contrastes entre luces y sombras, así como un profundo e intenso dramatismo son notas diferenciadoras de su pintura. Estas características resultan especialmente notorias en sus autorretratos, como el que nos ocupa, pues reflejan fielmente la situación personal, los sentimientos y los estados de ánimo que el artista atravesó a lo largo de toda su vida; son como un espejo de su alma. Esta obra ha sido objeto de detallados estudios científicos que han confirmado, sin ningún género de duda, que se trata de una obra autógrafa y de uno de los mejores autorretratos del pintor.

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Cuando esta pintura fue adquirida para la colección Thyssen-Bornemisza, en 1976, Gerson había manifestado alguna duda tanto sobre su atribución como sobre el periodo en que se podía inscribir. Este comentario no fue compartido con unanimidad por los críticos que tanto antes de Gerson como después estudiaron el óleo. Un hecho evidente, que sin duda inclinó la balanza a considerar la obra como no autógrafa, fue el deteriorado estado de conservación en que en esos años se encontraba la pintura, que estaba repintada en muchas zonas y barrida en otras. Esta circunstancia, indudablemente, no contribuyó a atribuir el óleo al célebre artista holandés, pues en él se echaba en falta la plasticidad habitual que éste imprimió a sus pinturas.

La tabla ha sido objeto de concienzudos estudios técnicos que pudieran, con sus resultados, ayudar a clarificar la autoría. Así, entre 1987 y 1988 se compararon radiografías, se estudió con detenimiento la superficie pictórica, se realizaron análisis y se examinó la pintura con reflectografía infrarroja. En los resultados del examen se detectaron numerosos repintes con alteraciones que afectaban a partes esenciales del rostro, como la nariz y los ojos, de la gorra, del traje y del fondo, que dañaban y modificaban la composición original. Los estudios dendrocronológicos confirmaron que la madera se podía inscribir en la década de 1630 y principios de la siguiente, y el análisis de los pigmentos confirmó, por su parte, que los materiales y métodos empleados estaban en consonancia con los utilizados en el siglo XVII. Estos resultados certificaron que la tabla, sin duda alguna, estaba pintada en el siglo XVII, resolviendo parte de las dudas de Gerson. Durante este examen se verificó, además, que el soporte había sido cortado por sus cuatro lados.

Gaskell, tras examinar los resultados técnicos, consideró la pintura un retrato de Rembrandt, realizado por algún seguidor del maestro o hecho en el mismo taller. Una de las razones por las que este crítico llegó a esa conclusión se encontraba en el resultado que arrojaron los análisis técnicos, pues en ellos no se detectaron cambios de composición evidentes en la construcción del rostro, pero sí en el cuerpo del personaje. Sobre este hecho fundamentó su hipótesis de que la obra hubiera podido pintarse en la década de 1640 por algún miembro del taller o seguidor, que copió un prototipo perdido que siguió rigurosamente para el rostro, pero no para el cuerpo y la gorra. A ello se añadieron objeciones sobre la calidad pictórica y la técnica en algunas zonas de la cara, que Gaskell encontró especialmente significativas por su imprecisión y que calificó ajenas a la mano de Rembrandt.

Posteriormente, en 1994, se repitieron los estudios dendrocronológicos corroborando la datación ya establecida, y en los que se confirmó que la madera del árbol con la que se construyó este soporte era la misma que se había empleado en cuatro pinturas más de Rembrandt. Con estos resultados, la Stichgting Foundation Rembrandt Research Project revisó de nuevo los datos de la pintura emitiendo un informe en el que consideró que no había indicios para no atribuir de nuevo la obra a Rembrandt. La exposición dedicada a los autorretratos del pintor, y en la que participó esta obra, restituyó la autoría al artista con una interrogación, que fue suprimida en la exposición celebrada en Amsterdam en la Rembrandthuis en 2006.

Rembrandt se representa en esta ocasión de busto, casi frontalmente, con ropas oscuras. El artista usa el blanco de la camisa y el amarillo-anaranjado de los dos collares, que luce en el pecho, como únicas notas llamativas de su indumentaria. Entre los autorretratos que Rembrandt se hizo en la década de 1640 destacan el de la National Gallery de Londres, en el que apoya uno de sus brazos y el peso de su cuerpo en un parapeto que aprovecha para colocar su firma, y el aguafuerte, de 1648, en el que aparece al lado de una ventana trabajando. A pesar de la sencillez en las posturas, estos autorretratos consiguen transmitir al espectador el estado de ánimo y los sentimientos del artista, que hizo de estas imágenes, como comentó Clark, «una autobiografía».

Mar Borobia

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