Caffè Greco
Después de haber militado clandestinamente en el Partido Comunista Italiano en los años en que Mussolini se mantuvo en el poder, durante los cuales también se opuso al neoclasicismo propugnado por los fascistas, Renato Guttuso se convirtió en la posguerra en una figura fundamental en el debate abierto en Italia entre el neorrealismo comprometido políticamente, propiciado por el Fronte nuovo delle arti, y la abstracción. Su obra se dejó influir de forma paulatina tanto por las nuevas corrientes pictóricas informalistas como por los artistas pop, que pudo conocer de cerca en la Bienal de Venecia de 1964. Además, por un tiempo, se sintió cercano al existencialismo de Giacometti y admiró la nueva figuración de Francis Bacon y Gerhard Richter. Por otro lado, al pintor italiano siempre le atrajeron las grandes composiciones de revoluciones, catástrofes o de temas sociales, como su Fusilamiento en el campo, de 1938, relacionada con la ejecución del poeta Federico García Lorca por parte de los falangistas durante la Guerra Civil española, o La noche de Gibellina, de 1970, una obra que captaba los efectos del terremoto que devastó Messina en 1970.
Desde mediados de la década de 1960, a partir de su ciclo Autobiografía, de 1966, la memoria empieza a jugar un papel esencial en la producción artística de Guttuso. Instalado en su nueva residencia en la famosa via Margutta de Roma, el pintor comienza a recuperar en sus obras recuerdos de su infancia siciliana o de su vida en Roma, que recompone y reelabora con su propia imaginación, de tal forma que, en algunos casos, no queda ningún rastro de veracidad. Estos experimentos, en los que desaparecen las restricciones de la unidad de tiempo y lugar, elaborados con una objetividad narrativa que busca la inmediatez de un instante irrepetible, y que están próximos en espíritu a las tendencias pop o a la denominada nueva figuración, siguen vigentes en dos grandes composiciones de la década de los años setenta en las que representaba narraciones de ficción: Banquete fúnebre con Picasso, de 1973, un homenaje a Picasso, y Caffè Greco, de 1976, dedicado a Giorgio de Chirico.
Caffè Greco, de la colección del Museo Thyssen-Bornemisza, es un enorme cartón para un lienzo de mayor formato que se conserva en Colonia. Representa el interior de este viejo café, que desde su apertura en 1760 en la mítica via Condotti de Roma se convirtió en el principal lugar de encuentro de la sociedad romana y de los numerosos escritores y artistas que visitaron la ciudad, como Keats, Goethe, Stendhal, o Baudelaire. La escena del cuadro, que transcurre en la denominada «sala rossa», así denominada por el color rojo de la tela adamascada que reviste sus paredes, decoradas con cuadros, esculturas y diversos espejos, esconde una especie de banquete alegórico, de fábula imposible en la que se entremezclan personajes a través del tiempo. Aparecen artistas de todas las épocas combinados de forma anacrónica, junto a varios turistas japoneses y una variada selección de gentes de su tiempo. «Quería dar —aunque sólo fuera mediante una señal— el sentido de la historia por la que ha atravesado el café —declaraba el pintor—; y así, mientras los personajes son los de hoy, intelectuales, muchachas suecas, el japonés con la máquina fotográfica, parejas ambiguas de lesbianas, he buscado introducir un solo engarce con la historia, precisamente el coronel William Cody, llamado Buffalo Bill, que frecuentaba el café cuando estaba en Roma con su circo ecuestre».
Giorgio de Chirico, un artista que Guttuso consideraba el último superviviente de los grandes genios del siglo, aparece de perfil sentado a la izquierda, contemplando al resto de los clientes. Su presencia actuaba, según declaraba el artista, como «elemento catalizador» de la escena, aunque, añadía, «la fascinación por el lugar procedía en gran parte de la gente que había pasado por allí, desde Buffalo Bill a Gabriele d’Annunzio».
Paloma Alarcó