Cabeza de J. Y. M.
Frank Auerbach pintó numerosos retratos del natural en los que combinaba el contenido figurativo con un lenguaje plástico cercano a la abstracción matérica, con la intención de «atrapar la esencia física» del retratado y evocar la presencia de un determinado individuo. Su preocupación por las texturas y su interés por las cualidades expresivas de la superficie pictórica le llevaron a utilizar una técnica de empaste muy grueso, casi escultural. Asimismo, contribuyó de manera significativa a la nueva concepción de la imagen del hombre, una imagen trágica y monstruosa fruto de la nueva conciencia moderna.
Como apreciamos en Cabeza de J. Y. M., de 1978, los retratos de Auerbach, como las últimas pinturas de Giacometti, más que querer plasmar un determinado personaje, representan un modo de hacer pintura a través de un modelo. La gestualidad de la pincelada y la técnica empastada son los únicos elementos que dan entidad a la imagen y, de esta forma, cualquier referencia a una identidad específica queda escondida debajo de un tupido manto que envuelve el fondo y la figura con el mismo efecto deformador. Para incrementar este intencionado anonimato, el nombre del personaje también se oculta detrás de unas siglas. Tras esta Cabeza de J. Y. M., del Museo Thyssen-Bornemisza, se encubre la identidad de la modelo profesional Juliet Yardley Mills, a la que Auerbach retrató frecuentemente y que, junto a su mujer Julia y su amante Stella West, aparece repetidamente en sus pinturas.
Paloma Alarcó