Bacanal
Giulio Carpioni se inició como pintor en el taller de Padovanino, donde entró en contacto con la obra de Tiziano. Hacia 1631 realizó, junto con su maestro, un viaje a Bérgamo que, entre otros asuntos, le sirvió para conocer el realismo de la pintura lombarda. En 1638 se trasladó a Vicenza, ciudad donde se estableció y de la que sólo se ausentó entre 1669 y 1673, año en que está documentado en Verona. El pintor se sintió atraído por la obra de Francesco Maffei, especialmente por su factura de pincelada suelta y brillante. Cuando Maffei se instaló en Padua, en 1657, Carpioni se convirtió en el artista más importante del área vicentina, aumentando su actividad y canalizando a través de su taller los numerosos encargos. Carpioni es conocido por su pintura religiosa, en la que se registra uno de sus primeros trabajos, El martirio de santa Catalina, pintado para la iglesia de Santa Caterina de Vicenza, siguiendo en su repertorio, por importancia, las escenas mitológicas.
Precisamente será en sus óleos mitológicos, dedicados a los dioses y semidioses de la Antigüedad, donde se detecte la huella clásica de Tiziano y la más moderna de Nicolas Poussin y Salvator Rosa, constituyendo estos episodios sus trabajos más originales dentro de su producción. Estas composiciones fueron alabadas por Pellegrino Antonio Orlandi a principios del siglo XVIII, en su Abecedario pittorico editado en Bolonia en 1704.
Las bacanales eran fiestas celebradas en honor a Baco, dios del vino, en las que participaban, entre otros personajes, las bacantes, seguidoras del dios, y los faunos. Los festejos transcurrían con gran frenesí concluyendo en orgías, y en ellos el vino iba acompañado de la música que tocaban las bacantes con panderos, imagen esta que nos ha llegado a través de la cerámica griega, y los sátiros con caramillos. Los sátiros, que, junto con las bacantes formaban parte del cortejo de Baco, tenían la mitad inferior de su cuerpo como el de una cabra: patas peludas y pezuñas. Estos espíritus de los bosques y las montañas eran holgazanes y lascivos y ocupaban su tiempo en perseguir a las ninfas por los bosques.
Carpioni, en esta bacanal celebrada al aire libre y entre ruinas, nos presenta al dios, coronado con las hojas de vid, tumbado entre un grupo de bacantes y al lado de una anciana, que es la única figura vestida, que se inclina hacia él. El pintor se ayuda para la composición de varias diagonales que van marcando el ritmo escalonado de los distintos grupos que se concentran a la izquierda de la tela. De ellas la más acentuada es la que consigue con la cabeza de Baco y con la de las mujeres que lo rodean, y que llega hasta la figura secundaria, en penumbra, que mira hacia arriba. Esta disposición gradual se repite en el centro de la tela, donde se ayuda de dos inmensas moles de piedra entre las que emerge un anciano, y que finaliza con las figuras de dos niños. Para compensar el diseño, Carpioni, ajustó, al lado derecho, un llamativo corro de niños que bailan al son de la música que toca un sátiro.
La pintura, con una técnica muy abocetada, muestra el gráfico dibujo del pintor que siluetea las formas, sirviéndose de la imprimación rojiza del soporte. Esta capa uniforme, responsable del colorido cálido, también se emplea para construir los volúmenes. Roberto Contini ha comparado este lienzo con el óleo titulado El banquete de Venus, en el Szépművészeti Múzeum de Budapest.
Mar Borobia