Composición nº XIII/ Composición 2
La influencia del cubismo sobre Mondrian comienza en 1911 tras haber contemplado las obras de Cézanne, Picasso y Braque en la exposición Moderne Kunstring en Amsterdam. Fue entonces cuando decidió trasladarse a París, donde permaneció hasta 1914. Volvió a esa ciudad en 1919, después de la Primera Guerra Mundial, y vivió allí hasta 1938. Composición n.º XIII pertenece a un conjunto de obras realizadas en los primeros meses de estancia en la capital francesa. Aunque algunos autores han vinculado esta pintura a un conjunto dedicado al tema de los girasoles. En la exposición de Mondrian celebrada en la Sidney Janis Gallery de Nueva York en 1949 se le dio el nombre de The Eucalyptus Tree, dado que años antes, hacia 1938, el propio artista había escrito ese título en la trasera de una fotografía que le envió a su amigo el pintor Ben Nicholson, y, por tanto, podríamos deducir que la intención del artista había sido representar las ramas de un eucalipto a través de un lenguaje próximo al cubismo.
Hacia 1912 Mondrian comenzó a sintetizar y a abstraer los movimientos y las formas de los árboles con la intención de evocar el ciclo de la vida y de la muerte, en una suerte de sentimiento metafísico de la naturaleza, cercano, por otra parte, al cubismo analítico. Yve-Alain Bois escribía en el catálogo de la exposición de Mondrian del Museum of Modern Art de Nueva York en 1995 que, con la asimilación del cubismo, el artista «acepta la superficie pictórica como una realidad irreductible» y, a partir de entonces, emerge «la idea de que una pintura es el resultado de una especie de lucha, un equilibrio precario, que para mantener su intensidad debe permanecer en suspensión».
Mondrian consideraba que, una vez que gracias a Cézanne la pintura había logrado establecer una distancia con la naturaleza, había que ir superando las restricciones de la realidad óptica y cambiarla por otra menos representativa y más musical. Años después, en su ensayo Diálogo sobre la nueva plástica, el artista manifestaba que había que librarse de los impulsos naturalistas y hacer visibles las líneas y los colores puros, en una constante interrelación.
Paloma Alarcó