Retrato de hombre (Barón H. H. Thyssen-Bornemisza)
El 26 de julio de 1981 el barón Hans Heinrich Thyssen-Bornemisza se dirigió por primera vez al estudio londinense del pintor Lucian Freud, junto a Notting Hill Gate, para iniciar la primera de las largas e incontables sesiones de pose para este retrato, finalizado en octubre de 1982. A partir de ese momento, el pintor y el coleccionista entablaron una estrecha y duradera relación que les llevó a dialogar sobre pintura y a contrastar sus respectivos gustos artísticos. Para el barón Thyssen, que posaba por primera vez como modelo, fue una experiencia inolvidable; para el artista, un nuevo motivo de inspiración para su obra posterior.
Durante todo ese tiempo, Heinrich Thyssen acudió puntualmente a sus citas, y Freud, un pintor pausado y laborioso, avanzaba lentamente en la ejecución del retrato. Como en otras ocasiones, Freud colocó a su modelo muy cercano a su ángulo de visión, con una proximidad física que le permitiera apreciar los más mínimos detalles, algún ligero gesto con las manos, cualquier mueca de su rostro o un mechón de pelo fuera de lugar. A través de su mirada concentrada y obsesiva, Freud siempre hace un profundo examen de la individualidad del personaje y logra una carga psicológica sólo comparable a la de los retratos de Rembrandt o Goya: «Procuro penetrar lo más profundo posible en sus sentimientos para que el cuadro pueda hablar de ellos y no de mí».
Freud retoma sus retratos de cabezas, que había pintado principalmente durante los años sesenta, y le representa ligeramente por debajo de los hombros, vestido de manera informal, con una chaqueta a cuadros, camisa blanca y corbata oscura. La frontalidad e introspección de su rostro nos remiten a los retratos-máscara de yeso de Tel el-Amarna que aparecían reproducidas en Geschichte Aegyptens, su libro de cabecera, que tantas referencias ha dejado en su pintura, desde que en 1939 se lo regalara su amigo y mecenas Peter Watson. Freud, que nunca toma apuntes previos, comienza a trabajar directamente sobre el lienzo. El retrato progresa desde el primer esquema trazado a mano alzada, abocetado en carbón, y los primeros toques de óleo, y se completa pausadamente a base de pentimenti, de pinceladas superpuestas que conviven con otras capas trabajadas con espátula. Al final, el retrato pintado nos habla tanto del personaje como del intento frenético del pintor por tratar de representarlo.
Como fondo del cuadro, por encima del hombro derecho del modelo, apenas esbozado, Freud inserta un fragmento de la obra de Antoine Watteau Pierrot contento, de hacia 1712, perteneciente a la colección del barón desde 1977, cuya reproducción pinchó en una pared de su estudio. Curiosamente, en el retrato de Freud, el barón está colocado en el lugar que ocupa Pierrot en el cuadro de Watteau, incluso da la impresión de que adopta su misma postura y expresión. La ligera inclinación de su cabeza hacia delante y la mirada hacia abajo hacen la personalidad del magnate más opaca y misteriosa y le otorgan un aire de distanciamiento del espectador.
Se puede rastrear en la obra de Freud, un gran admirador del arte del pasado, toda una serie de alusiones a los grandes maestros, desde el arte egipcio, pasando por Grünewald, Hals, Velázquez, Rembrandt, Daumier, Watteau, Géricault, hasta Ingres, Courbet, Rodin o Bonnard, aunque esta estrecha vinculación con la tradición de la pintura convive con una fuerte voluntad de independencia con respecto a ella. Pierrot contento impresionó de forma tan especial a Freud que decidió hacer una copia en pastel de la pintura en la que repitió casi exactamente las actitudes y vestimentas de los personajes, aunque cambió las facciones de sus rostros. Poco después, todavía bajo la influencia mágica que ejercía sobre él esta obra, se propuso pintar una obra suya parafraseando el pequeño cuadro de Watteau, lo que dio como fruto una de sus pinturas más ambiciosas: Gran interior W 11 (según Watteau), un retrato de grupo de varios de sus familiares y amigos, que Freud pintó laboriosamente entre 1981 y 1983. Aunque adoptó la misma composición que la obra de Watteau, le otorgó un carácter completamente distinto. Con su personal puesta en escena y su manera de penetrar en el mundo interior de varios de sus allegados, Freud transformó un tema teatral sobre los sentimientos humanos, propio de la commedia dell’arte, en una interpretación de su propia vida privada y convirtió la fantasía de Watteau en un tema de una modernidad incuestionable.
Paloma Alarcó