Sol sobre un pinar
El cuadro Sol sobre un pinar perteneció en primer lugar al doctor Wilhelm Niemeyer, historiador del arte y coleccionista hamburgués, que fue uno de los mejores amigos y mecenas de Schmidt-Rottluff durante los años previos a la Primera Guerra Mundial. Niemeyer fue el impulsor de las exposiciones Sonderbund en Alemania occidental, que se celebraron a partir de 1909 y en las que se incluyeron obras de artistas franceses de la época, entre ellos Braque, Picasso y otros pintores cubistas. Es probable que Schmidt-Rottluff viera directamente las obras de los cubistas franceses como muy tarde en 1912, en la exposición Sonderbund de Colonia, es decir, un año antes de que pintara Sol sobre un pinar. Pero no cabe duda que antes de esa fecha ya conocía a fondo las últimas corrientes del arte francés, gracias a su amistad con Niemeyer. La influencia de los cubistas se pone de manifiesto en esta composición con dunas y pinos que, con sus colores planos, sus formas geométricas y su gama, básicamente compuesta de ocres y tierras, puede considerarse como una respuesta directa a lo que un escritor definió como el «reto del Cubismo».
El cuadro tiene gran semejanza con otra obra de la Colección Thyssen-Bornemisza. Nos estamos refiriendo a la titulada Verano en Nidden, de Max Pechstein, de parecida composición y en la que también los elementos dominantes son un sol resplandeciente, nada real, y las formas hieráticas y adustas de unos árboles. De hecho, ambas composiciones se ejecutaron en el mismo entorno, en las cercanías del pueblo pesquero de Nidden, en la costa oriental del Báltico. El pueblo de Nidden se encuentra en lo que se denomina «Kuhrische Nehrung», una larga y estrecha faja de tierra que separa el mar de una laguna poco profunda, la albufera. En la actualidad esta región forma parte de Lituania, pero hasta finales de la Segunda Guerra Mundial todavía pertenecía a Prusia oriental, y mucho antes del comienzo del siglo XX ya se había convertido en un frecuentado lugar de peregrinación para los artistas alemanes. Con sus sencillos habitantes, que se dedicaban a la pesca, sus onduladas dunas y sus bosques de pinos y abetos poblados de alces y ciervos, era, en muchos aspectos, el paradigma de las colonias de artistas como Pont-Aven o Worpswede, que tan importante papel desempeñaron en la evolución del arte moderno. Este remoto entorno proporcionaba a los pintores un paisaje virgen y una profusión de temas pintorescos. Pero además los artistas veían en la continua lucha por la supervivencia que libraba aquella comunidad de pescadores primitivos la imagen de la unidad del hombre y la naturaleza, todavía sin contaminar por el «progreso», por las dudosas ventajas de la civilización.
En realidad, fue Pechstein el que llevó por primera vez a Schmidt-Rottluff a Nidden, ya que conocía la zona desde el verano de 1909. Regresó dos años después y en ambas ocasiones se alojó en casa del pescador Martin Sakuth, que también trabó amistad con Schmidt-Rottluff cuando éste visitó el pueblo en 1913. La estancia de Schmidt-Rottluff, que se prolongó de mayo a agosto, tuvo como fruto una rica producción de al menos treinta composiciones, con temas de la costa y los barcos, estudios de figuras en paisajes y vistas de los pinares que rodeaban las casitas de los pescadores del propio Nidden. A este último grupo pertenece el cuadro que aquí comentamos.
Peter Vergo