Pantanos en Jersey
Martin Johnson Heade siguió un rumbo distinto al de la mayoría de los pintores norteamericanos en la segunda mitad del siglo XIX. Cuando sus colegas exploraban las cadenas montañosas, él descubría las marismas; cuando ellos se instalaban en la ciudad de Nueva York con el fin de alcanzar la fama, él proseguía su existencia peripatética; cuando los demás continuaban repitiendo aburridas variaciones sobre un mismo tema, él emprendía nuevos caminos. Sus paisajes de pantanos, sus cuadros de tormentas, de orquídeas y colibríes, y en los últimos tiempos sus bodegones de flores tiradas sobre una mesa: ésta sí que es pintura norteamericana original. De hecho, se puede afirmar que el corpus creativo de Heade es más variado y original que el de la mayoría de sus contemporáneos.
Comenzó su carrera como pintor ambulante de retratos, competente aunque no inspirado. Ya en 1858 se encontraba en la ciudad de Nueva York, donde declaró proféticamente: «¡Tengo la sensación de iniciar una especie de vida nueva!». No tardó en reinventarse a sí mismo como paisajista, alojándose en el Studio Building de la calle 10 -que por aquel entonces era el baluarte de la Escuela del río Hudson- y en forjar una amistad para toda la vida con Frederic Church. Fiel a su pseudónimo Dídimo, el gemelo, Heade halló válvulas de escape para el dualismo de su naturaleza complementando sus estudios de paisaje con pinturas de bodegones, desde arreglos florales en jarrones victorianos hasta sensuales ramos floridos colocados encima de una mesa.
Sin embargo, fue con los paisajes de pantanos con los que Heade alcanzó mayor popularidad. En 1867 el crítico Henry T. Tuckerman comentaba que Heade «tiene un don especial para representar vistas de pantanos, con sus almiares y los peculiares efectos que se producen en la atmósfera». Casi veinte años más tarde Clement y Hutton escribían en Artists of the Nineteenth Century (1884): «Tuvo mucho éxito con sus vistas de las praderas de Hoboken y Newburyport, para las que hubo tal demanda que probablemente pintó más cuadros sobre este tema que sobre ningún otro». Al igual que sus cuadros de pantanos de madurez, Pantanos de Jersey incluye varios elementos esenciales: una representación marcadamente horizontal de este paisaje cambiante, cortado por una serpenteante cinta de agua y salpicado en diferentes puntos por los almiares que se alejan en la distancia. La dorada luminosidad pone de manifiesto la sensibilidad de Heade ante los fugaces efectos de la luz en la atmósfera húmeda. La clásica comparación de Barbara Novak con la serie de los almiares de Monet demuestra sin embargo que el estudio de la luz de Heade nunca conduce a la disolución del objeto que consiguen sus colegas impresionistas franceses. Heade aborda el tema esencialmente «en términos luministas, suavizando la superficie, ordenando la relación de las formas y manteniendo la identidad a través del dibujo y el volumen».
Aunque pintó pantanos en Massachusetts, Connecticut, Rhode Island y Nueva Jersey en la década de 1870 y en Florida en los últimos años de su carrera, no corresponden realmente a lugares específicos. Lo que le interesaba era el ambiente general de la vida en los pantanos y no las peculiaridades de un emplazamiento concreto. Como bien sabía Heade, «el aprovechamiento del heno en las marismas es un proceso agrícola tradicional en el que el hombre ha conseguido mantener durante mucho tiempo una interacción positiva con su hábitat natural; ha segado la hierba sin dañar el equilibrio natural de la ecología palustre». Los personajes de pequeñas dimensiones y las lanchas quedan limpiamente incluidos dentro de los límites del paisaje para no alterar más que mínimamente estos ciclos naturales.
Las categorías estéticas de lo sublime y lo pintoresco estaban muy arraigadas en los pintores norteamericanos; sin embargo, se ha sostenido que los paisajes de marisma indujeron a Heade a abandonar los convencionalismos de lo pintoresco y a crear un estilo nuevo de paisajismo. Representó sus extensiones llanas y abiertas y su aspecto uniforme, creando imágenes de atrevida sencillez. Los lienzos se diferencian por la hora del día, la época del año o la configuración particular de los almiares y ponen de manifiesto la extraordinaria sensibilidad de Heade ante las condiciones atmosféricas y, sobre todo, la luz.
Katherine E. Manthorne