Orquídea y colibrí cerca de una cascada
Como otros artistas que viajaron a Sudamérica, Heade quedó fuertemente impresionado por la fecundidad de los trópicos. En 1863, pintó en Brasil sus primeros cuadros de colibríes. Más tarde, tras su visita a Panamá, Colombia y Jamaica en 1870 ideó la combinación de aquellos con orquídeas.
La originalidad de los cuadros de orquídeas y colibríes pintados por Heade en su estudio reside en la mezcla de naturaleza muerta y paisaje, no exenta de dramatización. La confrontación de aves y flora era ya común en las ilustraciones ornitológicas. Sin embargo, en obras como Orquídea y colibrí cerca de una cascada, Heade recurre a una de las variedades más exuberantes de esta flor – la Cattleya labiata rosa – y la acerca tanto al primer plano que casi parece aplanar sus pétalos. El pequeño colibrí establece un diálogo con ella, tanto a través de la posición de su cabeza como del color amatista de su pechera. Al fondo se despliega un frondoso paisaje que acentúa el poder sensual y emotivo de la escena.
JAL
Se sostiene, y con razón, que los cuadros de Heade en los que pinta colibríes en combinación con orquídeas (o de vez en cuando con flores de pasión) son su contribución más significativa a la historia del arte. Representan una amalgama de sus impresiones del mundo tropical: los pájaros que estudió en Brasil en 1863-1864 y las flores que cautivaron su imaginación en la isla de Jamaica seis años más tarde. Estas composiciones, visualmente densas e iconográficamente complejas, entretejen las reacciones de Heade ante la América tropical y el arte y la ciencia contemporáneos, con los que mantuvo su compromiso durante los últimos años de su vida.
Heade pintó este lienzo en 1902, cuando contaba ochenta y tres años de edad, dos años antes de morir. A diferencia de la mayoría de los artistas, que en la última etapa de su vida suelen disminuir su actividad y a menudo incurren en cierta repetición de temas de épocas anteriores, la carrera de Heade muestra una trayectoria diferente. Y es que en 1883, a los sesenta y cuatro años de edad, compra su primera casa en St. Augustine, Florida, se casa por primera vez y encuentra su primer mecenas en la persona de Henry Flagler. Comienza a pintar las regiones pantanosas de Florida -sorprendentes por su parecido con las zonas que más le gustaban de Centroamérica y Sudamérica- y sigue experimentando con sus composiciones de naturalezas muertas y orquídeas y colibríes. Orquídea y colibrí cerca de una cascada es un hermoso ejemplo de este género, en el que el artista pone de manifiesto su inventiva al combinar en primer plano una flor de grandes dimensiones y carácter dominante con un colibrí sobre un fondo de montaña tropical.
La fascinación que sobre Heade ejercían los colibríes nos ofrece una clave para su visualización pictórica de América latina. «Pocos años después de mi presencia en este mundo palpitante» -escribió- «fui presa de esta absorbente obsesión por los colibríes y desde entonces nunca me he visto libre de ella». Con el fin de ver a la mayoría de las familias, unas 320 especies, hay que desplazarse hasta la América equinoccial, en donde tienen su hábitat. De modo que Heade tomó la decisión de ir a Brasil, donde podría estudiar a los pájaros en su entorno natural y preparar las ilustraciones para un libro que estaba en proyecto y que se titularía The Gems of Brazil. Aunque el libro nunca llegó a realizarse, el proyecto se materializó en los numerosos lienzos en los que representó a los pájaros individualmente o en parejas. El tierno detalle con el que representa al colibrí en este cuadro de 1902, cuando hacía ya mucho tiempo que se habían ido apagando sus recuerdos de Brasil, se puede explicar por sus observaciones de los colibríes que tenía en su casa de Florida. Todos los elementos de estos cuadros -los propios pájaros, la profusión de enredaderas tropicales, las orquídeas plenamente florecidas- reflejan la vitalidad que percibió en esta especie animal única y en su hábitat de la selva brasileña y representan las meditaciones del artista sobre la cuestión del origen de la vida.
En el siglo XIX, las personas que solían visitar las exposiciones se preciaban de conocer el lenguaje de las flores, en el que las diferentes variedades se interpretaban simbólicamente. Las rosas, los lirios, las capuchinas tenían sus correspondientes asociaciones en algunos libros como El lenguaje de las flores. Sin embargo, la orquídea está curiosamente ausente en este tipo de publicaciones, lo cual parece indicar que era preferible pasar por alto sus asociaciones con la sexualidad. La audacia de la composición de Heade, en la que los tiernos pétalos rosas de la orquídea se adhieren al plano del cuadro, resulta todavía más pronunciada dentro del contexto de la sociedad victoriana de Estados Unidos.
Katherine E. Manthorne