Pescadores en los Adirondacks
Cuando en 1857 William Sonntag montó su estudio en Nueva York, la Escuela del río Hudson estaba en pleno apogeo por lo que no es de sorprender que se dejara influir por la misma. En consonancia con Thomas Doughty, Thomas Cole, y Asher B. Durand, el artista de Cincinnati plasmó su fe en las maravillas de la naturaleza en paisajes idealizados: grandes extensiones de tierra ejecutadas con minuciosas pinceladas. En la década de 1860 ya había alcanzado la cúspide de su capacidad y madurez en lo que se ha denominado su «época clásica». Como ejemplo de la misma cabe citar el cuadro Pescadores en los Adirondacks. Ejecutado en un formato panorámico de grandes dimensiones, incluye una serie de escenas propias de una composición de Claudio de Lorena: una masa central de agua flanqueada por árboles a la izquierda y a la derecha con una colina en último término. Los títulos de estas obras indican su identidad regional. Pero lo cierto es que es bien poco lo que las diferencia en términos de especificidad geográfica, a excepción del tipo de montañas o de la configuración de la masa de agua: en los Adirondacks, son escenas de lagos y escarpados picos; en las White Mountains, serenas siluetas; y en numerosos cuadros de los Catskill, el famoso río Hudson. A diferencia de la mayoría de sus contemporáneos, Sonntag casi nunca representó una montaña concreta ni ningún otro punto de referencia del paisaje. Sus cuadros pretenden más bien evocar un estado particular de la naturaleza, y no un lugar. Sonntag, que se crió en Ohio, percibía intensamente el equilibrio entre el ser humano y la naturaleza en la frontera, que plasmó en una serie de motivos formales presentes en este cuadro.
En la ribera más alejada del agua se ve una cabaña de madera de la que sale una espiral de humo, símbolo primordial de la invasión del ser humano en el dominio de la naturaleza virgen. Aparece en un claro delimitado por tocones cortados a hachazos, elemento paisajístico habitual que Bárbara Novak ha interpretado como referencia adicional a la conquista de la tierra por el hombre y su asentamiento en la misma. Lo que se convirtió en símbolo de la firma de Sonntag es el elemento de los pescadores, que aquí se destacan sobre un afloramiento rocoso en el centro, en primer término. Uno está de pie y el otro sentado, con una larga caña en la mano. Estas robustas figuras, que pueblan un gran número de sus paisajes, proporcionan la clave para la interpretación de los mismos.
Cuando se publicó en Norteamérica el libro de sir Isaak Walton titulado The Complete Angler (El perfecto pescador de caña), que alcanzó una enorme popularidad, su editor, el reverendo George Bethune explicó su terminología: «Un pescador de caña, amable lector, no es un pescador, que practica esta actividad como un medio de vida, sin importarle de qué modo consigue su trofeo de escamas». En este sentido, los personajes de Sonntag no están empeñados en conseguir pescado para alimentarse o para ganarse la vida sino que se entregan a un pasatiempo. Se supone que la pesca con caña es una actividad relajante y refinada. Los personajes están de espaldas al espectador, contemplando un glorioso y sereno paisaje y comulgando mutuamente a través de su encuentro con la naturaleza. Se supone que la contemplación del lienzo por parte del espectador evocará, a su vez, una cadena de reacciones semejantes.
Katherine E. Manthorne