La calle Clignancourt, París, el catorce de julio
hacia 1925
Óleo sobre lienzo.
61 x 50 cm
Colección Carmen Thyssen
Nº INV. (
CTB.1989.11
)
Sala G
Planta baja
Colección Carmen Thyssen y salas de exposiciones temporales
Al igual que ocurre en Vista de Notre-Dame (CTB.1998.61), Gustave Loiseau ha optado por pintar un barrio de París que conoce desde hace mucho tiempo. En 1887, cuando decide dedicarse a la pintura, Loiseau se instala en Montmartre, en la rue de Ravignan. La rue de Clignancourt se halla a escasa distancia de allí, al pie de la colina que bordea por el este. Para pintarla, el artista se ha situado en la esquina de la calle y del boulevard de Rochechouart, en el lugar en el que hoy existe una cervecería. El barrio, siempre muy bullicioso, pues se ha convertido en el feudo de las tiendas Tati, ha cambiado bien poco. En el cruce que se ve en primer término, ahora hay más coches que transeúntes, y a la derecha un quiosco de periódicos ha sustituido al antiguo tiovivo. Pero una vez más podemos comprobar hasta qué punto el artista observa y plasma con precisión la topografía del lugar. Reconocemos sin dificultad cada detalle reproducido en el lienzo; la sucesión algo anárquica de las fachadas de los edificios de épocas y dimensiones diversas, así como las chimeneas y los tragaluces que imprimen cierto ritmo a las construcciones, se identifican a primera vista. Las banderas animan la escena, puntuándola con notas azules, blancas y rojas. El gentío ha invadido el bulevar y la luz, clara y transparente, es la típica de un día de verano en París... Loiseau plasma perfectamente el ambiente del 14 de julio, día de la fiesta nacional. En el muro lateral ciego de un edificio situado en el lado derecho de la calle, que en la actualidad se conoce -paradójicamente- como «Gran Hotel de Clignancourt», figuraban por aquel entonces inscripciones publicitarias pintadas que el artista se ha entretenido en representar en el lienzo y que varían según las versiones. Y es que Gustave Loiseau hace gala de una auténtica predilección por este motivo de la rue de Clignancourt, que repite en múltiples ocasiones hacia 1925. El artista adopta siempre el mismo punto de vista y representa este rincón de la ciudad con tiempo soleado o gris, engalanado o no, y en distintas épocas, como lo indican los carteles pintados que varían de una versión a otra. Vuelve a interesarse por el tema del 14 de julio al año siguiente, plasmándolo en un lienzo que se conserva en el museo de Dieppe. En otra de estas vistas (colección particular), los tranvías y los coches de caballos compiten con los peatones. Finalmente, otra versión, El 14 de julio en París (rue de Clignancourt), de hacia 1925, muy parecida a la que aquí se describe, figuró en la colección de Alain Delon.
«Si hay una virtud que admito tener, es la de ser sincero. Trabajo en mi rinconcito, como puedo y me esfuerzo por traducir lo mejor que sé la impresión que me produce la naturaleza [...] Me guía sólo mi instinto y estoy orgulloso de no parecerme a nadie», declaraba el artista. A pesar de ello, sus vistas de París recuerdan claramente las calles engalanadas de Monet, como La rue Montorgueil de París. Fiesta del 30 de junio de 1878 (París, Musée d'Orsay), pintada en 1878, o también las series de vistas parisinas que pintó Pissarro desde una ventana, como las que dedica al boulevard des Italiens y al boulevard Montmartre en 1897, o a la avenue de l'Opéra y a la place du Théâtre Français al año siguiente. En un lienzo como éste, Loiseau hace gala de un innegable talento, pero en 1925 el arte de la pintura había vivido profundas transformaciones, tras la revolución impresionista de 1874. Loiseau, imperturbable, se obstina en interpretar el paisaje parisino y su delicada luz con una pincelada ligera, con un sentido del espacio, un brío y una delicadeza para las tonalidades plateadas que dan fe de su fidelidad sin fisuras a los primeros artistas que había admirado: Monet, Pissarro y Sisley. La galería Durand-Ruel, nostálgica también de la epopeya de la Nueva Pintura que había apoyado y fomentado, adquirió este lienzo y defendió la pintura de Loiseau como había defendido cincuenta años antes la de los pioneros del Impresionismo.
Marina Ferretti
«Si hay una virtud que admito tener, es la de ser sincero. Trabajo en mi rinconcito, como puedo y me esfuerzo por traducir lo mejor que sé la impresión que me produce la naturaleza [...] Me guía sólo mi instinto y estoy orgulloso de no parecerme a nadie», declaraba el artista. A pesar de ello, sus vistas de París recuerdan claramente las calles engalanadas de Monet, como La rue Montorgueil de París. Fiesta del 30 de junio de 1878 (París, Musée d'Orsay), pintada en 1878, o también las series de vistas parisinas que pintó Pissarro desde una ventana, como las que dedica al boulevard des Italiens y al boulevard Montmartre en 1897, o a la avenue de l'Opéra y a la place du Théâtre Français al año siguiente. En un lienzo como éste, Loiseau hace gala de un innegable talento, pero en 1925 el arte de la pintura había vivido profundas transformaciones, tras la revolución impresionista de 1874. Loiseau, imperturbable, se obstina en interpretar el paisaje parisino y su delicada luz con una pincelada ligera, con un sentido del espacio, un brío y una delicadeza para las tonalidades plateadas que dan fe de su fidelidad sin fisuras a los primeros artistas que había admirado: Monet, Pissarro y Sisley. La galería Durand-Ruel, nostálgica también de la epopeya de la Nueva Pintura que había apoyado y fomentado, adquirió este lienzo y defendió la pintura de Loiseau como había defendido cincuenta años antes la de los pioneros del Impresionismo.
Marina Ferretti