Niños en la playa
hacia 1879 - 1881
Óleo sobre lienzo.
20 x 25,5 cm
Colección Carmen Thyssen
Nº INV. (
CTB.1989.16
)
No Expuesta
Planta segunda
Colección permanente
Planta primera
Colección permanente
Planta baja
Colección Carmen Thyssen y salas de exposiciones temporales
Planta -1
Sala de exposiciones temporales, salón de actos y taller EducaThyssen
A mediados del siglo XIX, Coney Island era un lugar relativamente aislado. En 1849, el poeta Walt Whitman elogiaba sus playas, que describía como «la costa larga, desnuda y solitaria, para mí solo»; tras bañarse desnudo, solía correr por sus duras arenas y «declamar a Homero o a Shakespere ante las olas y las gaviotas durante horas». A principios de la década de 1880, cuando Carr pintó sus cuadros de Coney Island, las costas de la isla se proclamaban como «el mayor balneario del mundo». En 1882, más de un millón y medio de personas llegaron en barco de vapor al viejo malecón de West Brighton Beach; una de las numerosas líneas ferroviarias con destino a Coney Island registró aquel mismo año una frecuencia de más de 57 trenes diarios en verano con parada en el Brighton Beach Hotel, si bien «los días de fiesta el número se incrementa». En aquella época, Coney Island estaba dividida en cuatro zonas distintas: su extremo occidental, conocido como Norton's Point, que era la Coney Island original, había adquirido la desagradable reputación de ser frecuentada por estafadores; West Brighton era el punto al que llegaba el barco de vapor que traía a los excursionistas; Brighton Beach se convirtió en el lugar de moda de la Coney Island más popular; y Manhattan Beach, situada en la franja más oriental, era la parte exclusiva, en la que «las bonnes francesas ataviadas con extravagantes vestidos y accesorios» cuidaban de los niños y donde estaba prohibida la venta ambulante y los espectáculos callejeros. Aunque muchos de los lienzos de Carr se sitúan en West Brigthon, la parte más comercial de Coney Island, con sus acróbatas, los paseos en burro, los espectáculos de guiñol, los fotógrafos que hacían ferrotipos a cinco centavos y las muchachas vendiendo naranjas, en el lienzo Niños en la playa representa una parte más tranquila de la costa en Brighton Beach.
Un niño con canotier de paja de ancha cinta se ha remangado los pantalones para ir a rescatar un velerito de juguete que ha zozobrado en el charco que ha dejado la marea, y en el que una niña y su amiga mayor lo habían echado a navegar. La niña pequeña, que lleva un vestido blanco con fajín rosa, sostiene una pala que podría servir bien para construir castillos de arena bien para recoger almejas; a su lado se ve un cubito verde con franjas amarillas. Las figuras que aparecen en la distancia son totalmente ajenas a la escena del primer término; una mujer de escueto perfil otea la mar mientras que, a la izquierda, unos personajes más pequeños, que son casi el equivalente en pequeño de los protagonistas del primer plano, se bañan los pies en las olas. Nunca se ha sabido con certeza cuál fue la influencia en sus obras de la camera obscura ni si el artista recurría a la fotografía, cuya utilización cabría deducir de la naturaleza muy estudiada de sus figuras. No es habitual que sus bañistas guarden relación unos con otros. En sus escenas de playa aparecen aislados unos de otros como si estuvieran en una campana de cristal herméticamente sellada. Sin embargo, no hay pruebas de que el propio Carr fuera fotógrafo; en cuanto a la popular camera obscura de West Brighton, reflejaba fundamentalmente imágenes de los edificios cercanos.
A menudo da la sensación de que los cuadros de Carr con vistas de la costa reflejan una secuencia narrativa: otros dos lienzos del artista podrían relacionarse directamente con Niños en la playa. Sin embargo, no se sabe si fueron pintados en algún orden cronológico, y los distintos formatos de los lienzos son argumentos que inducen a descartar la hipótesis de que el artista los hubiera concebido deliberadamente como una secuencia. Son Niños en la playa y Pequeña carrera de barcos, ambos de 1881 y conservados en el Terra Museum of American Art, Chicago. En estos dos cuadros aparecen los mismos personajes y el tema del barco de juguete, aunque captan episodios distintos.
La repetición aleatoria de figuras con sus variados aunque reiterados accesorios, así como la incongruencia de las sombras que arrojan los bañistas en estos paisajes, indican que Carr utilizaba para sus composiciones un repertorio fijo de motivos. Nunca han salido a la luz dibujos preparatorios del artista, pero los personajes de sus composiciones con playas son elementos que copia libremente de un cuadro a otro, tanto si proceden de dibujos de un cuaderno de apuntes como de fotografías que el artista hubiera comprado a los vendedores de Coney Island.
Kenneth W. Maddox
Un niño con canotier de paja de ancha cinta se ha remangado los pantalones para ir a rescatar un velerito de juguete que ha zozobrado en el charco que ha dejado la marea, y en el que una niña y su amiga mayor lo habían echado a navegar. La niña pequeña, que lleva un vestido blanco con fajín rosa, sostiene una pala que podría servir bien para construir castillos de arena bien para recoger almejas; a su lado se ve un cubito verde con franjas amarillas. Las figuras que aparecen en la distancia son totalmente ajenas a la escena del primer término; una mujer de escueto perfil otea la mar mientras que, a la izquierda, unos personajes más pequeños, que son casi el equivalente en pequeño de los protagonistas del primer plano, se bañan los pies en las olas. Nunca se ha sabido con certeza cuál fue la influencia en sus obras de la camera obscura ni si el artista recurría a la fotografía, cuya utilización cabría deducir de la naturaleza muy estudiada de sus figuras. No es habitual que sus bañistas guarden relación unos con otros. En sus escenas de playa aparecen aislados unos de otros como si estuvieran en una campana de cristal herméticamente sellada. Sin embargo, no hay pruebas de que el propio Carr fuera fotógrafo; en cuanto a la popular camera obscura de West Brighton, reflejaba fundamentalmente imágenes de los edificios cercanos.
A menudo da la sensación de que los cuadros de Carr con vistas de la costa reflejan una secuencia narrativa: otros dos lienzos del artista podrían relacionarse directamente con Niños en la playa. Sin embargo, no se sabe si fueron pintados en algún orden cronológico, y los distintos formatos de los lienzos son argumentos que inducen a descartar la hipótesis de que el artista los hubiera concebido deliberadamente como una secuencia. Son Niños en la playa y Pequeña carrera de barcos, ambos de 1881 y conservados en el Terra Museum of American Art, Chicago. En estos dos cuadros aparecen los mismos personajes y el tema del barco de juguete, aunque captan episodios distintos.
La repetición aleatoria de figuras con sus variados aunque reiterados accesorios, así como la incongruencia de las sombras que arrojan los bañistas en estos paisajes, indican que Carr utilizaba para sus composiciones un repertorio fijo de motivos. Nunca han salido a la luz dibujos preparatorios del artista, pero los personajes de sus composiciones con playas son elementos que copia libremente de un cuadro a otro, tanto si proceden de dibujos de un cuaderno de apuntes como de fotografías que el artista hubiera comprado a los vendedores de Coney Island.
Kenneth W. Maddox