Parque del Palacio en Lichtenberg en el Odenwald
1900
Óleo sobre lienzo.
91,5 x 78,5 cm
Colección Carmen Thyssen
Nº INV. (
CTB.1998.35
)
No expuesta
Wilhelm Trübner sentía una gran predilección por los lugares históricos y románticos, solía pintar paisajes habitados, cultivados, con presencia de la arquitectura. La mayoría de las veces se trataba de edificios importantes que integraba en sus cuadros, ya sea como elemento determinante de la composición, o bien de manera meramente alusiva: el convento de Amorbach, el convento del Chiemsee, el palacio de Heidelberg y el palacio de Hemsbach en el Odenwald, que incluso alquiló durante varios años.
La afinidad con los lugares históricos iba pareja a su predilección por los claros de bosque fantásticos y misteriosos, y por los rincones apartados de los parques. En este contexto es evidente que Trübner tiene como fuente de inspiración el Romanticismo alemán. Ahora bien, aunque por lo general el arte alemán hacia 1900 tenía este tipo de referente, e incluso se llega a hablar de un segundo Biedermeier, esta tendencia se plasma de manera diferente de un artista a otro. No cabe duda de que Trübner, procedente de una familia burguesa de Heidelberg, conocía las obras del Romanticismo tardío alemán, por ejemplo los cuadros y grabados de Ludwig Richter y Moritz von Schwind.
Ahora bien, en el proceso creativo de Trübner, el momento del dibujo resulta menos determinante que en el caso de los románticos, pues él estructura con el pincel la superficie del cuadro. Con la ayuda de un pincel ancho, aplica manchas de color pastoso con pincelada sobre mojado, hasta aunarlas para lograr una cohesión cromática amortiguada. Con instinto certero, su sensibilidad para los colores y la luz capta, de la naturaleza, el valor lumínico apropiado para cada zona del cuadro. De este modo configura una estructura continua de tonalidades. A través de este trabajo sutil, el paisaje cobra vida. Las representaciones de la naturaleza de Trübner están insufladas por el dinamismo de la luz y el aire en movimiento y, sin embargo, tienen una composición formal fija, son al mismo tiempo íntimas y grandiosas. Revelan una concepción de la naturaleza romántica y a la vez realista.
Al igual que otras obras de este período, la representación del Parque del palacio de Lichtenberg muestra una estructura nítida, un equilibrio entre la formación paisajística abierta y una arquitectura pictórica fija. El cuadro está ordenado con gran claridad. La reducida escala cromática, restringida a pocos tonos de colores afines, vibra en innumerables gradaciones y está cargada de valores lumínicos.
Esta pintura cobra vida gracias a su factura vigorosa. En comparación con los paisajes posteriores, por ejemplo con los del lago Starnberg, en este cuadro predominan los tonos francamente oscuros e impera un talante contenido. En comparación con las obras de la década de 1870, salta a la vista una despreocupación casi juvenil. Con obras como el Parque del palacio de Lichtenberg adquirió una caligrafía absolutamente inconfundible. Los paisajes que Trübner pintó en esos años se encuentran, al igual que los de Liebermann o Corinth, entre las mejores creaciones del arte alemán de comienzos de siglo. Liebermann está considerado como el más europeo de todos ellos. Pero Trübner puso en el punto de mira un problema que sólo llevarían hasta sus últimas consecuencias los expresionistas alemanes: la representación del espacio, y en concreto de la profundidad, sin recurrir a la perspectiva, utilizando únicamente la luz y el color.
Existen numerosas anécdotas que dan fe del desconcierto de los visitantes ante este arte «carente de objeto», pero también ante los elevados precios que pedía Trübner, por ejemplo, por sus cuadros. Así ha llegado hasta nosotros el testimonio de la indignación de un consejero de gobierno prusiano: «Entro en la sala y me encuentro con un borrón verde colgado en la pared. Debajo pone "Trübner". Hago señas al mandamás de la exposición para que se acerque y le pregunto: "¿Qué cuesta eso?". El hombre contesta: "10.000 marcos". Y yo le digo: "¡Mi querido amigo, no va a conseguir venderlo nunca, se lo aseguro como que me llamo Berkow, consejero de gobierno!"».
Angelika Wesenberg
La afinidad con los lugares históricos iba pareja a su predilección por los claros de bosque fantásticos y misteriosos, y por los rincones apartados de los parques. En este contexto es evidente que Trübner tiene como fuente de inspiración el Romanticismo alemán. Ahora bien, aunque por lo general el arte alemán hacia 1900 tenía este tipo de referente, e incluso se llega a hablar de un segundo Biedermeier, esta tendencia se plasma de manera diferente de un artista a otro. No cabe duda de que Trübner, procedente de una familia burguesa de Heidelberg, conocía las obras del Romanticismo tardío alemán, por ejemplo los cuadros y grabados de Ludwig Richter y Moritz von Schwind.
Ahora bien, en el proceso creativo de Trübner, el momento del dibujo resulta menos determinante que en el caso de los románticos, pues él estructura con el pincel la superficie del cuadro. Con la ayuda de un pincel ancho, aplica manchas de color pastoso con pincelada sobre mojado, hasta aunarlas para lograr una cohesión cromática amortiguada. Con instinto certero, su sensibilidad para los colores y la luz capta, de la naturaleza, el valor lumínico apropiado para cada zona del cuadro. De este modo configura una estructura continua de tonalidades. A través de este trabajo sutil, el paisaje cobra vida. Las representaciones de la naturaleza de Trübner están insufladas por el dinamismo de la luz y el aire en movimiento y, sin embargo, tienen una composición formal fija, son al mismo tiempo íntimas y grandiosas. Revelan una concepción de la naturaleza romántica y a la vez realista.
Al igual que otras obras de este período, la representación del Parque del palacio de Lichtenberg muestra una estructura nítida, un equilibrio entre la formación paisajística abierta y una arquitectura pictórica fija. El cuadro está ordenado con gran claridad. La reducida escala cromática, restringida a pocos tonos de colores afines, vibra en innumerables gradaciones y está cargada de valores lumínicos.
Esta pintura cobra vida gracias a su factura vigorosa. En comparación con los paisajes posteriores, por ejemplo con los del lago Starnberg, en este cuadro predominan los tonos francamente oscuros e impera un talante contenido. En comparación con las obras de la década de 1870, salta a la vista una despreocupación casi juvenil. Con obras como el Parque del palacio de Lichtenberg adquirió una caligrafía absolutamente inconfundible. Los paisajes que Trübner pintó en esos años se encuentran, al igual que los de Liebermann o Corinth, entre las mejores creaciones del arte alemán de comienzos de siglo. Liebermann está considerado como el más europeo de todos ellos. Pero Trübner puso en el punto de mira un problema que sólo llevarían hasta sus últimas consecuencias los expresionistas alemanes: la representación del espacio, y en concreto de la profundidad, sin recurrir a la perspectiva, utilizando únicamente la luz y el color.
Existen numerosas anécdotas que dan fe del desconcierto de los visitantes ante este arte «carente de objeto», pero también ante los elevados precios que pedía Trübner, por ejemplo, por sus cuadros. Así ha llegado hasta nosotros el testimonio de la indignación de un consejero de gobierno prusiano: «Entro en la sala y me encuentro con un borrón verde colgado en la pared. Debajo pone "Trübner". Hago señas al mandamás de la exposición para que se acerque y le pregunto: "¿Qué cuesta eso?". El hombre contesta: "10.000 marcos". Y yo le digo: "¡Mi querido amigo, no va a conseguir venderlo nunca, se lo aseguro como que me llamo Berkow, consejero de gobierno!"».
Angelika Wesenberg