Dos bretonas bajo un manzano en flor
1892
Óleo sobre lienzo.
73,5 x 60,5 cm
Colección Carmen Thyssen
Nº INV. (
CTB.1998.45
)
Sala F
Planta baja
Colección Carmen Thyssen y salas de exposiciones temporales
En el verano de 1888, el joven Paul Sérusier visitó la aldea de Pont-Aven en Bretaña. Allí conoció a Gauguin, cabeza de un pequeño grupo de artistas, a quien se acercó para pedirle consejo. En un bosquecillo cercano a Pont-Aven, Sérusier pintó sobre la tapa de una caja de cigarros un pequeño paisaje siguiendo las instrucciones de Gauguin, que le decía: «¿Cómo ve usted ese árbol? [...] ¿es verde? Pues ponga verde, el verde más bello de su paleta; y esa sombra ¿más bien azul? No tema pintarla tan azul como sea posible». De vuelta en París, Sérusier mostraría a sus amigos de la Académie Julian aquel paisaje casi abstracto, El talismán, pintado con los colores puros tal como salen del tubo, casi sin mezcla de blanco. Así les reveló súbitamente la nueva teoría del cuadro como una «superficie plana recubierta de colores reunidos en cierto orden». De esa revelación nacería el grupo de pintores Nabis, integrado entre otros por Denis, Bonnard, Vuillard y Ranson. A lo largo de la década de 1890, Sérusier gozaría de prestigio entre los Nabis como erudito y filósofo, pues se decía que, además del latín, dominaba el árabe y el hebreo, que leía al neoplatónico Plotino, que era versado en teosofía y teología católica...
Al mismo tiempo, después de la partida de Gauguin para los mares del Sur en 1891, Sérusier siguió vinculado con el grupo de Pont-Aven durante sus largas estancias en Bretaña. Consideraba esta región como su verdadera patria espiritual, y la celebraba exhaustivamente en su obra. En la pintura de Sérusier, como antes en Gauguin y Émile Bernard, apenas hay figuras masculinas: dominan las mujeres bretonas con sus pintorescos trajes tradicionales. Reunidas por parejas o en grupos, absortas y en actitud contemplativa, estas mujeres «primitivas» encarnan una silenciosa comunión con la naturaleza, inaccesible al espectador masculino y «civilizado». Así, estas dos bretonas parecen íntimamente vinculadas al árbol, como si participaran en su florecimiento.
Los cuadros de Sérusier de período 1889-1895 son la quintaesencia de estilo simplificado, plano y decorativo de Pont-Aven, con las áreas de color extendido entre los contornos negros. El contraste entre las ramas oscuras y las flores rosas está evidentemente inspirado en las estampas japonesas. Como ha señalado Caroline Boyle-Turner, este cuadro reúne dos tendencias características de Sérusier en este momento: la pasión por las estampas japonesas y la fascinación por los frescos de los primitivos italianos. De las estampas japonesas le atraía el carácter plano, el arabesco lineal, la composición asimétrica y la paleta reducida. En los frescos admiraba las figuras estáticas y majestuosas, el espacio poco profundo... Sérusier creía en la primacía de la pintura mural y monumental y concebía sus propios cuadros como «decoraciones».
Guillermo Solana
Al mismo tiempo, después de la partida de Gauguin para los mares del Sur en 1891, Sérusier siguió vinculado con el grupo de Pont-Aven durante sus largas estancias en Bretaña. Consideraba esta región como su verdadera patria espiritual, y la celebraba exhaustivamente en su obra. En la pintura de Sérusier, como antes en Gauguin y Émile Bernard, apenas hay figuras masculinas: dominan las mujeres bretonas con sus pintorescos trajes tradicionales. Reunidas por parejas o en grupos, absortas y en actitud contemplativa, estas mujeres «primitivas» encarnan una silenciosa comunión con la naturaleza, inaccesible al espectador masculino y «civilizado». Así, estas dos bretonas parecen íntimamente vinculadas al árbol, como si participaran en su florecimiento.
Los cuadros de Sérusier de período 1889-1895 son la quintaesencia de estilo simplificado, plano y decorativo de Pont-Aven, con las áreas de color extendido entre los contornos negros. El contraste entre las ramas oscuras y las flores rosas está evidentemente inspirado en las estampas japonesas. Como ha señalado Caroline Boyle-Turner, este cuadro reúne dos tendencias características de Sérusier en este momento: la pasión por las estampas japonesas y la fascinación por los frescos de los primitivos italianos. De las estampas japonesas le atraía el carácter plano, el arabesco lineal, la composición asimétrica y la paleta reducida. En los frescos admiraba las figuras estáticas y majestuosas, el espacio poco profundo... Sérusier creía en la primacía de la pintura mural y monumental y concebía sus propios cuadros como «decoraciones».
Guillermo Solana