Gansos en un huerto
En 1911, después de una breve estancia en Alemania y de haber inaugurado una importante exposición en las Salas Diorama de Oslo, Munch pasó la temporada de otoño e invierno en Kragerø, donde pintaría diversos paisajes y haría estudios de animales. Gansos en un huerto debió ser realizado, bien en ese momento en Kragerø, bien en su recién adquirida finca de Hvitsten, donde había estado viviendo aquel año antes del mencionado viaje a Alemania. En esas poblaciones del fiordo de Oslo, Munch rehacía su vida de trabajo después de haber curado sus crisis nerviosas y su alcoholismo en la clínica neurológica del doctor Daniel Jacobson en Copenhague. Allí había estado ingresado desde octubre de 1908 hasta la primavera de 1909. El período posterior a esta curación se hace notar estilísticamente en su pintura, que tendrá un colorido más luminoso y contrastado y adoptará una pincelada más amplia. El cuadro Gansos en un huerto está realizado con toques ligeros de color y manchas holgadas y resaltando delicadamente los contrastes entre el blanco y el negro, y entre el verde y el violeta, con el acabado mate característico del pintor noruego, siempre refractario al uso de barnices. En los primeros términos las manchas de pigmento lucen más las huellas del pincel y las mezclas de tonos, mientras que la alusión a texturas es casi inexistente en los planos posteriores. El colorido vivo y sereno acompaña a una composición claramente estructurada, que organiza con sencillez las partes. La imaginería dramática y de tensa emotividad de cuadros anteriores de Munch cede aquí el paso a una visualidad más alegre y espontánea.
Se diría que Gansos en un huerto no participa de la carga alegórica habitual en otras pinturas de Munch, aquellas en las que pone más en escena la seriedad existencial de su visión del ser humano y de la naturaleza, como en los temas del vampirismo, el amor, la soledad, la noche de verano, la muerte, las mujeres a la orilla del mar y otros. Presenta tres gansos andando por una plantación de frutales, de la que nos ofrece una vista presidida por un generoso manzano, que ocupa el centro de la composición. Aunque la escena no desarrolla propiamente un tema, sí recoge aquí Munch motivos de los que se sirve en cuadros cuyo rendimiento simbólico es más ostensible. La colocación del manzano en el eje central de la imagen coincide, por ejemplo, con la pintura al pastel de 1909-1910 Adán y Eva (Oslo, Munch-Museet), o con otra simbolización del amor, como es el óleo de 1894, Los ojos en los ojos (también en Oslo, Munch-Museet), donde encontramos el árbol flanqueado por una mujer y un hombre. La idea de vida está encarnada en la imagen del árbol en otras muchas imágenes de Munch, como el aguafuerte de 1902, Vida y muerte, el óleo de 1910 Vida (Oslo, Ayuntamiento), que representa el árbol rodeado de seis personas de diferente edad, o un cuadro anterior, de 1898, Fecundidad (colección particular), en el cual una pareja de campesinos se coloca a los lados de un cerezo. La combinación del motivo del árbol y los gansos no es tampoco nueva. En el óleo Niños y gansos (Oslo, Munch-Museet) la posición del árbol, a diferencia de en los otros ejemplos aludidos, no es rigurosamente axial, pero sí está en el espacio central del cuadro. Esta pintura, fechada entre 1905-1908, representa dos grupos de niños, uno de los cuales, en su mayoría de niñas, se aprieta en torno a un árbol, al tiempo que aparecen unas ocas en los primeros términos. Es decir, que no hay razón ninguna para separar la pintura Gansos en un huerto de alguna intencionalidad semántica que vaya más allá de la representación de una escena de granja.
En efecto, la posición enfática del manzano, la cercanía de la inocente vida animal y el colorido de la fertilidad en este cuadro, hacen de él, más que reflejo de una realidad visual escogida, un intencionado icono vitalista. Diría Munch que «una obra de arte es como un cristal; y, de la misma manera que un cristal tiene su propia vida interior, su propia voluntad, una obra de arte ha de poseer estas mismas cualidades». Lo que hace singular este cuadro, frente a los ejemplos aludidos, es la eliminación completa de coloraciones retóricas y dramatizaciones, logrando la confluencia entre el retrato de una sencilla escena, sin agregado literario alguno, casi nimia, y la realización de una voluntad artística análoga a la vida representada, para la que señala tenuemente un rendimiento metafórico.
Javier Arnaldo