La choza de los carboneros en el Bosque de Fontainebleau
En este cuadro está representado con toda seguridad el mismo paisaje de La choza de los carboneros, pintado hacia 1855. Encontramos la misma cabaña escondida junto a un sotillo, con grandes árboles a ambos lados, el pequeño inclinado hacia la derecha.
Aunque parece ser que la localización del cuadro no deja lugar a dudas, no sucede lo mismo con su datación, pues Rousseau solía experimentar con estilos y técnicas diferentes. Y siempre en pos de un absoluto inaccesible, se sentía perpetuamente atormentado. Por este motivo pintó cuadros de variadas formas, desde paisajes conseguidos en los que el reino vegetal está plasmado a la perfección hasta obras más abocetadas, tal vez menos características, pero desde luego más cercanas al Impresionismo, o al menos a sus sentimientos personales.
Es lo que sucede en el cuadro que aquí comentamos, en el que el detalle deja paso a lo general, en el que los volúmenes y la luz desempeñan un papel más importante, por no decir el principal. Lo que más llama la atención aquí es la utilización de los pardos y las reservas del lienzo.
Seguramente acababa de llover, lo cual quedaría casi demostrado por el charco que se ve en primer término, con sus grandes pinceladas blancas. Se ha calmado el ambiente y las actividades humanas reanudan su curso. Por eso la mujer, que lleva una blusa blanca, se dirige hacia la choza de los carboneros.
Rousseau solía plantearse la ejecución de sus cuadros elaborando en primer lugar el dibujo. El coloreado no era después más que una cuestión de observación visual y de organización, según venía a decir su amigo Sensier. Pero en este cuadro, percibimos claramente que Rousseau ha esbozado el paisaje, lo ha pensado y lo ha plasmado directamente sobre el soporte. Es así como, a menudo, suele alcanzar cotas sublimes: cuando el dibujo desaparece por debajo de la pintura aunque ambos estén unidos en el genio y la sensibilidad del artista.
Michel Schulman