Eidos flotante
Entre los últimos trabajos de Willi Baumeister anteriores al estallido de la Segunda Guerra Mundial está la serie Eidos, constituida por siete óleos, de aproximadamente 100 x 80 centímetros cada uno, numerados del I al VII y realizados entre 1938 y 1939. A esta serie hay que añadir otras cuarenta y seis pinturas cuyos títulos incluyen el nombre Eidos, datadas entre 1939 y 1941. Hasta al menos 1941 alcanza, por consiguiente, la resonancia en la obra del pintor de las imágenes Eidos, que acusan unos rasgos formales muy característicos, también compartidos por otras realizaciones de ese mismo período, como la serie Jardín de piedras. Los orígenes del interés expreso por las formas de ameba, de huso, de nubes y las masas informes en suspensión, que reconocemos en las pinturas Eidos, se remonta a 1931, cuando Baumeister abandona paulatinamente la imaginería más afín al lenguaje constructivo de su obra anterior en pinturas como las cuatro que comparten la serie Imágenes-llama. Fue, con todo, particularmente en los años comprendidos entre 1936 y 1939, cuando Baumeister exploró la fórmula de los elementos abstractos en suspensión, de filiación mironiana y emparentados con los «fondos» de Léger, en obras como las que denomina Figuras-línea, Formas flotantes e Ideogramas. Los cambios introducidos por los grupos de obras de la década de los treinta son evaluados por Willi Grohmann con las siguientes palabras: «Baumeister se separa cada vez más de la realidad y pinta cuadros cuyas realidades apelan a nuestros sueños». El propio pintor lo explica en una carta del 12 de mayo de 1936 a Eduardo Westerdahl, autor de la primera monografía sobre Baumeister (1934), en estos términos: «Expresado brutalmente, tiendo hoy a las libertades del Surrealismo, a lo pictórico y libre, por contraste con la composición. Por lo que respecta al color, aspiro siempre a la fuerza y al matiz, al contraste y a la armonía al mismo tiempo [...] Estoy sorprendido por los enérgicos colores de Miró, nunca he llegado a ver un original suyo. Aunque me gusta mucho su ímpetu y sus invenciones, lo tomo con escepticismo en algunas cosas. El Surrealismo tiene con seguridad su mayor peso en la producción literaria».
El Formalismo de Baumeister se coloca en las antípodas de la pintura con implicaciones literarias que desarrolló un sector de los pintores surrealistas, pero no Miró. Las afinidades de Baumeister con una inventiva abstracta de fuerte impronta pictoricista, en la que la línea desarrolla valores expresivos propios y se juega con el rendimiento estético de las texturas y calidades, tiene con todo, otros referentes aparte de los de Miró, entre los que destaca absolutamente el magisterio de Paul Klee, pero también prácticas artísticas que eran minoritarias entre los pintores que participaron, como Baumeister, en la agrupación Abstraction-Création, y compartidas, por ejemplo, por Hans Fischli, Enrico Prampolini y Wolfgang Paalen. En los años treinta empezó Baumeister, además, a estudiar y asimilar en su propia obra la pintura parietal del Levante español y de Altamira, y a resaltar la importancia de «las energías propias de los medios de expresión artística» -como dirá en su libro Lo desconocido en el arte-. A su atención por el arte prehistórico se unió el desarrollo de investigaciones sobre procedimientos pictóricos y de experimentaciones técnicas, que llevó a cabo con Oskar Schlemmer entre 1938 y 1943 en la fábrica de pinturas de Kurt Herberts en Wuppertal.
La composición Eidos flotante resulta de un aprovechamiento muy marcado de los medios técnicos de expresión como energías que, a decir del pintor, «hacen visible» lo desconocido. Aplica el óleo sobre un recorte de lienzo preparado que tiene una urdimbre muy gruesa. Marca la trama del lienzo un sin fin de diagonales paralelas que lo recorren de abajo a arriba y de izquierda a derecha. Esa modulación del lienzo es aprovechada expresivamente en la imagen, por un lado para enfatizar un sentido ascensional en la dinámica de la composición y por otra parte para conseguir efectos de claroscuro con apariencia de «textura» en las formas. No puede hablarse en sentido estricto de efectos de claroscuro, puesto que no hay un desarrollo congruente del relieve en la composición, pero sí de la presencia de un claroscuro que deriva de la yuxtaposición de zonas oscuras, intermedias y claras. Es precisamente en las transiciones de luces donde, en lugar de realizar mezclas con blanco, se sirve de la trama del lienzo para conseguir medias tintas. Al aplicar el color más superficialmente éste no penetra en las partes hundidas de la trama y con ello la tinta parece más iluminada. De este modo la imagen trabaja en su desarrollo volumétrico, lo mismo que en su efecto dinámico, a partir de las posibilidades contenidas en el material mismo, como si éste proporcionara a las formas un impulso para su crecimiento volumétrico.
Un devenir de las formas es lo que se escenifica. Según Baumeister: «Los materiales, sean madera, barro, cristal, tienen su forma propia característica e influjos externos marcan su destino: el agua del arroyo erosiona el guijarro, la madera es lavada por el mar, que se come los bordes de la orilla, la arena se ondula por el efecto del viento. Y al contrario: el devenir activo de la forma de los organismos de dentro afuera. Infinitas son las formas que puedan pensarse. Por ello no hay limitación alguna para el artista, por ejemplo, a las formas que el ojo ha aprendido casualmente a apreciar». Eidos flotante se compone de un conjunto de formas no representativas, aunque de apariencia orgánica, que destaca sobre un fondo de colores claros, atravesado por unas pocas líneas que permiten intuir un espacio y un horizonte. Casi todas esas figuras se acumulan en la parte central de la imagen. En el ángulo superior campea en solitario y muy destacado por la riqueza de colores, un elemento de rasgos biomórficos y desarrollo horizontal en el que vagamente se intuye una cabeza: ojo, lengua, labios y cabello se llegan a identificar y su disposición remite a los alarmados antropoformismos del Guernica de Picasso y, en consecuencia, al presente de la guerra. El cuerpo principal de figuras es esa superposición de formas que recuerdan amebas, paletas y ocasionalmente elementos vegetales. No hay un claro delante y detrás en esa superposición, pero sí un relativo orden y una impresión de transparencia de los cuerpos. Todos ellos, hasta los más oscuros, son traslúcidos y participan de la sensación de condensaciones viscosas, leves y cambiantes. Esa imaginería informe y fluctuante acaba por tener, ciertamente, una vinculación biomórfica, puesto que su carácter abstracto no impide que se la perciba como una especie de ampliación de un mundo microscópico. La filiación organicista de las formas abstractas confiere rasgos de fecundidad y capacidad de crecimiento a lo que en principio se perfila como representación de lo inédito. De este modo la imagen se granjea una existencia posible en la naturaleza, una vigencia propia de lo real. Dice Baumeister: «Toda forma que pueda pensarse está presente en la naturaleza y puede demostrarse. Probablemente no puede inventarse nada que no pueda también descubrirse. El artista sólo reconocerá aquellas formas que le sirven para expresarse. Lo adecuado en el ser humano es aquello en lo que reconoce un símbolo de sí mismo».
Eidos flotante muestra un cúmulo de formas en suspensión que se tocan entre sí o que se hallan en fuerte y ambigua interrelación y que se presentan, pese a su carácter abstruso y hasta paródico, como un cuerpo en ciernes, como un entreverado corpóreo que transcribe una experiencia del espacio vivo. «Formas flotantes y voladoras son representaciones de sensaciones. La forma en que aparece lo humano trasguea de muchas maneras», dice Baumeister. Lo que el pintor inventa y crea, en su exploración de los medios expresivos, es una agrupación de biomorfismos mutantes, no consolidados y grotescos que se yergue en el espacio como signo humano.
Javier Arnaldo