Ramo de flores
Vlaminck fue el más fauve entre los fauves, el más proclive a la violencia expresiva. Fue, entre sus colegas, el único pintor que se jactaba de no pisar jamás el Musée du Louvre y sostenía que cada generación de artistas debe partir de cero. Pero su obra no carece de maestros y antecedentes. En 1901, Vlaminck quedó deslumbrado por una exposición de la obra de Van Gogh en la Galerie Bernheim Jeune y adoptó los colores intensos y la factura apasionada del pintor holandés. Tras la aventura del Fauvismo en 1905-1906, la segunda influencia decisiva en la obra de Vlaminck sería la de Cézanne. Hacia 1907-1908 sucumbió, como Derain y Braque, al hechizo del pintor de Aix y comenzó a atender más a la construcción formal de sus cuadros. El espíritu cézanniano se tradujo en la presencia de formas cúbicas, en el uso de contrastes más acentuados de luz y sombra, así como de una paleta más sombría. Pero incluso en plena etapa cézanniana, Vlaminck seguía incurriendo en excesos cromáticos. «M. de Vlaminck [escribía Apollinaire en 1908] tiene un sentido flamenco de la alegría. La pintura es para él una kermesse». Hacia 1909, pintó algún jarrón con flores (con los que este cuadro presenta considerables afinidades) donde domina el color intenso y la tendencia a lo informe.
El florero, uno de los géneros más convencionales de la tradición pictórica, se convierte aquí en ocasión para desplegar el espectáculo más libre y exacerbado de fuegos artificiales: esa cascada de colores cálidos, rojos y naranjas, que cae sobre el fondo frío, nocturno, de negros y azules. La factura apresurada, húmedo sobre húmedo, y violenta, con la tela untada y salpicada a golpes de color, es un alegato en favor del puro gesto como medio legítimo de dar sentido a la pintura.
Guillermo Solana