Me llamo Susana Moliner Delgado. Nací el día 2 de febrero de 1980, a las 20 horas y 20 minutos, o eso siempre quise creer. Crecí en Madrid con un padre del cinturón rojo de Barcelona que aprendió a ser durante los veranos que pasaba en un pueblito al interior de Castellón y una madre nacida y criada en la ciudad de Tetuán.
Desde el principio de los principios, tuve la suerte de transitar en el afuera, con esas idas y venidas cruzando el Estrecho, en las que pude disfrutar de la chuparquia (dulce típico marroquí) que nos regalaban los amigos de mi familia en el final del Ramadán, de los olores cuando íbamos a comprar a la medina, y de no entender todo para saber que estabas en casa.
Mientras estudiaba ciencias políticas en la Universidad Complutense de Madrid aprendí realmente ayudando a mi madre a montar y producir giras de músicos que, en los noventa del siglo pasado, quisieron etiquetar como world music o música étnica ¡ups!. Ritmos gnawas, trompetas tibetanas, sonidos de la zawya de Tánger, voces de las mujeres de la orquesta andalusí de Tetuán, cascabeles de las bubis de Guinea Ecuatorial, ritmos de un grupo de santería cubana, corridos del sur de Estados Unidos, sabar de Senegal o el jazz de Camerún con Manu Dibango. Gente del sur que, cuando venían a tocar pasaban por nuestra casa y cada vez que hacían un concierto hacían del escenario su casa.
Tras mi paso por Ginebra gracias a una Erasmus terminé la carrera para trabajar de camarera en Dublín, hacer un posgrado de cooperación internacional en Barcelona y pasar dos años en Burdeos de beca en beca en el ámbito de las artes visuales. En cada uno de esos lugares orquesté hogares, obviando inconscientemente la temporalidad de mi ubicación e intentando transcender y vincular las familias encontradas y creadas por y para siempre.
En 2009 obtuve una beca de gestión cultural de la AECID y me enviaron a la embajada de España en Bamako, y la vida y mi casa dieron una vuelta completa.
Al terminar mi estancia en Bamako, con mucha nostalgie, tanta que aún me quedan toneladas de esta ciudad, no sabía cómo se podía volver a Europa con la cantidad de aprendizajes que recibía cada día, así que busqué la manera de seguir estando con la cabeza girada al sur y encontré trabajo en un centro cultural de barrio en la ciudad de Dakar, un lugar en el que se intentaban articular prácticas artísticas digitales con la ciudadanía, conectando con artistas y creadores de toda la subregión del África Occidental y de la diáspora. Esta experiencia me ayudó a reflexionar sobre lo que entendemos por arte y su aplicación práctica para la vida desde otras perspectivas.
En 2011 el 15M, que desbordó mi ciudad, coincidió con mi nueva casa en Senegal. Mientras intentaba conectarme con Madrid con la wifi del trabajo, que iba a pedales, ocurrió el movimiento Y’en Marre, en el que varios colegas estaban involucrados compartiendo consignas y plazas, y haciendo resonar un mundo común entre Dakar y Madrid.
Durante ese tiempo, dentro del marco de aquel acontecimiento común que comenzó a brotar, y que con todas sus potencias y contradicciones habitaba, se empezó a pergeñar el proyecto, el programa y el marco de Grigri. Esta palabra, que se utiliza en África occidental para nombrar objetos mágicos, nombraba también el tótem que veía cada mañana, cuando me dirigía a trabajar en la embajada en Bamako, al pasar en el taxi de mi querido amigo y terapeuta Armé, del barrio de Badalabougou.
Una palabra que me parecía la mejor manera de describir y materializar aquellas situaciones que son capaces de trascender y abrir otras posibilidades aún por determinar. Un marco invisible desde donde producir nuevas subjetividades, sin prejuicios o ideas preconcebidas de lo que “debe ser” por “ser originario” de no importa qué lugar del mundo. Una apuesta para habitar el ahora como una casa y dejar que pasen las cosas que son capaces de descentrar_nos para imaginar otros futuros por venir.
Al volver definitivamente a Madrid en 2016, y en complicidad con un equipo increíble de personas, lanzamos los talleres de Grigri Pixel, a través de los cuales hemos tratado de compartir preguntas en torno a la ciudad desde la experiencia de colectivos creadores y artistas de ciudades africanas y de su diáspora. Un proyecto de cooperación para invertir las lógicas de experto y traer los saberes del sur, para compartir estrategias sobre cómo hacer la ciudad más habitable. Hemos tanteando los mundos de lo invisible, lo común, las pequeñas tecnologías para producir energía, el derecho a la ciudad y, el año pasado, la hospitalidad, para intentar responder a preguntas como:
¿Qué es lo que nos convierte en “vecinas”?
¿Qué acuerdos podemos alcanzar para reconocernos en identidades colectivas compartidas desde sentidos de pertenencia plurales e inclusivos?
¿Cómo podemos formalizar, simbólica y materialmente, el compromiso y reconocimiento mutuo con los otros, con nuestro barrio y ciudad?
¿Cuáles son las condiciones de existencia que necesitamos para fundar comunidades de destino y no de origen?
¿Cómo generar cotidianamente espacios acogedores y barrios hospitalarios…, pero también, identidades colectivas plurales e inclusivas? ¿Cómo hacer del barrio o la ciudad una “casa” común?
Preguntas que, durante la edición de 2019 de este programa, quisimos compartir con la ciudadanía a través de una serie de acciones en colaboración con SERCADE y Medialab Prado, entre las que se desarrollaron un conversatorio entre Marina Garcés y Felwine Sarr, un taller que nos llevó a Niamey y finalmente un encuentro realizado en Madrid con artistas y creadores de Senegal, Burkina Faso, Níger, Marruecos y Mozambique.
Una tentativa constante de cómo reformular la noción de hogar y activar la hospitalidad, no como una obligación moral, sino como una posibilidad de aprendizaje y transformación sobre qué presente y futuro compartido queremos habitar.
Y ahí estamos, en Grigri Projects, trabajando para seguir dando vueltas a cómo podemos, desde las prácticas artísticas y colectivas, posibilitar el “llegar, acoger y decidir”, palabras y acciones para repolitizar la práctica de la hospitalidad que nos trajo Marina Garcés en la conversación que organizamos en una plaza y que, a su vez, compartí en una de las primeras sesiones del Museo Thyssen.
En Grigri Projects, y para terminar, hemos creado e implementando proyectos como Cocinar Madrid, Haciendo Plaza, Templete Fantástico o propuestas curatoriales como África Light (en Burdeos, Bamako y Dakar), Côte à Côte (Rabat y Cerdeña), Wekalet Nehna-We Agencia (Alejandría) y Privatisation d’un espace par son ciel (Dakar), o acompañado los programas de laboratorios ciudadanos, como Fuencarral Experimenta, intentando poner siempre el acento en la parte procesual y de creación de comunidad que estas iniciativas son capaces de generar.
Y es que nos gusta cocinar ciudades, reencantar barrios y activar y conectar saberes que surgen desde los márgenes. Pretextos, siempre, para hacer casa.