A Nueva York
«En cierto modo, en Nueva York estoy un tanto limitado a los domingos. Hay demasiado tráfico entre semana. Trabajo con un trípode y con una cámara de 4 x 5, cuando estoy colocado, cualquiera puede empujarme o aparcar el coche enfrente de mí. Así que suelo sacar fotografías los domingos. Es imposible hacerlo otro día. Espero a un buen domingo, a que sea realmente bonito, con sol y algunas nubes ligeras. Cojo todos los bártulos y me voy a hacer fotografías, porque a lo mejor no hay otro domingo igual en meses». Richard Estes
El origen del cuadro Cabinas telefónicas, 1967, se encuentra en diferentes fotografías que el artista Richard Estes tomó de unas cabinas situadas en la confluencia de la calle Broadway, la Sexta avenida y la calle 34, y que combinó y transformó hasta convertirlas en una pieza pictórica.
Richard Estes
Cabinas telefónicas, 1967
Acrílico sobre masonita. 122 x 175,3 cm
Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid
Richard Estes
Cabinas telefónicas (detalles), 1967
Acrílico sobre masonita. 122 x 175,3 cm
Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid
Bajo el sello hiperrealista la obra de Estes esconde una ciudad compleja y confusa. Por ello, al dirigir la mirada a la composición, encontramos cristales que son espejos, espejos que no lo son, algunos reflejos reconocibles y otros que nos confunden; destellos que nuestra mente se empeña en interpretar.
Obnubilados por las superficies desfiguradas de las cabinas y a la vez por el fuerte efecto fotorrealista, creemos estar ante una verdad, pero no lo estamos. Nos encontramos ante un discurso de lo real en el que, como dice Italo Calvino en su obra Las ciudades invisibles, «el ojo no ve cosas, sino figuras de cosas que significan otras cosas», y donde «la mirada recorre las calles como páginas escritas, la ciudad dice todo lo que debes pensar, te hace repetir su discurso, y mientras crees que visitas Tamara —o en este caso, Nueva York— no haces sino retener los nombres con los cuales se define a sí misma y a todas sus partes».
En el cuadro hay infinidad de signos que nos hablan de un tiempo y un lugar. Así, intuimos un taxi amarillo, vemos a una serie de personas que nos dan la espalda y reconocemos los edificios que se erigen tras nosotros, los grandes almacenes Macy’s o la cadena estadounidense de comida rápida Nedick’s.
Parece que el pintor no quiere darnos respuestas, sino hacernos preguntas. Nos desconcierta, nos invita a comprender aquellos signos incomprensibles. Ya que «no hay lenguaje sin engaño», cada uno de nosotros debe hallar y esquivar la trampa, la gran mentira de la ciudad, y proyectar sobre ella nuestras verdades; debemos esforzarnos por alzar nuestra mirada crítica sobre esta ciudad hecha de signos, hasta que logremos encontrar nuestra silueta en el reflejo distorsionado de sus cabinas.
(1) Imagen de diferentes taxis por las calles de Nueva York, 1967
(2) Imagen de los almacenes Macy’s en Nueva York, 1967
Museo Nacional Thyssen-Bornemisza