Calle con prostituta de rojo
En el otoño de 1911, Kirchner, al igual que los demás componentes de Die Brücke, se trasladó de Dresde a Berlín en busca de nuevos estímulos. En la entonces capital del Imperio vivían desde 1908 Otto Müller, miembro del grupo a partir de 1910, y Max Pechstein, que se había asentado en la capital tras su regreso de Italia en 1908.
El mundo de la gran metrópoli fascinó a Kirchner y su pintura sufrió una transformación tanto temática como estilística. Durante los meses anteriores a la Gran Guerra, tras el desmembramiento del grupo Die Brücke en 1913, «una de las épocas más solitarias de su vida», según sus propias palabras, Kirchner pintó numerosas Strassenszenen, escenas callejeras, que le han valido el merecido reconocimiento de pintor expresionista de la ciudad. En aquel entonces comenzaban a difundirse los escritos del sociólogo George Simmel sobre la deshumanización de la vida de la ciudad que tuvieron su eco en artistas como Kirchner y en escritores como su amigo Alfred Döblin, autor de Berlin Alexanderplatz. El artista deambulaba por la capital tomando rápidos apuntes de los presurosos viandantes y de los numerosos seres marginales que habitaban en el viejo Berlín. Le fascinaron de forma especial los artistas de circo, las bailarinas de cabaret y las prostitutas, cuya existencia al margen de la sociedad pertenecía, en términos nietzscheanos, al mismo mundo que los artistas plásticos.
Según reza la inscripción del dorso del lienzo, Strasse mit roter Kokotte fue pintada en Berlín en 1914. La parte central de la composición está dominada por la figura de una mujer llamativamente vestida de rojo, que es un símbolo a la vez burgués y antiburgués. Situada en la esquina de un cruce de calles se convierte en el punto de atracción de las miradas masculinas que aparecen en la escena junto a ella. En una postal enviada por Kirchner a Heckel el 4 de abril de 1910 aparecía una composición muy similar; representaba una paseante vestida de rojo, con una fuerte diagonal que marca el paso de varios transeúntes masculinos y un personaje recortado en primer término. Este hecho viene a demostrar que durante su periodo de Berlín Kirchner desarrolló algunas ideas artísticas ya esbozadas en su etapa anterior.
La composición se somete a un orden geométrico que estructura ordenadamente toda la superficie del cuadro y está pintada en el estilo anguloso y deformado propio de la etapa berlinesa del artista, con un espacio inestable de fuertes diagonales que nos remiten a Munch y a la esquematización formal del cubismo. Al aislamiento de las figuras, que, como apunta Dube, se debe a que el artista quiere plasmar «la condición innatural y héctica de la metrópolis moderna», se une la espontaneidad expresionista llevada a una intensidad sin precedentes.
Años más tarde, el 30 de septiembre de 1925, Kirchner escribía en Davos en su diario que había tapado las pinceladas, rápidas y nerviosas, características del periodo berlinés de 1913 y 1914, con nuevas capas amplias y planas más propias de su estilo final. Existe un pastel muy similar a nuestra pintura en Stuttgart, aunque de contenido erótico mucho mas explícito, que fue definido por Ketterer como «claramente la mejor de todas las escenas callejeras de prostitutas [de Kirchner]». La factura nerviosa del pastel de Stuttgart nos puede dar una pista de cómo debió ser nuestra pintura antes de su retoque posterior por parte del artista.
Según Donald Gordon, la obra pasó directamente de la Sucesión del artista a la colección del Dr. Ferdinand Ziersch, y de su familia a la colección Thyssen-Bornemisza. Pero, tal y como apuntaba Peter Vergo, en la correspondencia entre Kirchner y su amigo Ferdinand Möller de los meses de febrero y marzo de 1929, el marchante le pide dos cuadros de antes de la guerra: Prostituta de rojo y Bailarina rusa. En la carta de contestación a Möller, Kirchner le envía las fotos de las mencionadas obras «para que pueda enseñárselas a los interesados». El 30 de marzo de 1929 Möller le escribe a Kirchner sobre la posibilidad de enviarle los cuadros para que los pueda ver el coleccionista Hermann Lange de Krefeld, que se había mostrado interesado en comprarlos, aunque no se ha podido verificar si el cuadro finalmente se vendió o fue devuelto al artista.
Paloma Alarcó