Cañones
Desde su primera gran muestra individual celebrada en la prestigiosa Downtown Gallery en 1931, Sheeler destacó en el panorama artístico neoyorquino como una de las figuras más destacadas de la generación post- Armory Show. Pocos años después, en 1939, el Museum of Modern Art celebraba una exposición monográfica de su obra que le reportó un relativo éxito comercial y le permitió abandonar los trabajos publicitarios y trabajar con mayor dedicación en su pintura. Al final de su vida el pintor se instaló en una gran mansión en Ridgefield, en el estado de Connecticut, pero no perdió nunca el contacto con la ciudad de Nueva York y siempre mantuvo abierto su estudio.
En Cañones, ejecutado en 1951, Charles Sheeler representa uno de sus temas preferidos: el paisaje urbano de Nueva York. En 1920, un año después de su llegada a la entonces incipiente metrópolis, Sheeler colaboró con el fotógrafo Paul Strand en el mítico filme documental en blanco y negro de casi diez minutos de duración titulado Manhatta, en el que hacían un recorrido por los edificios de la ciudad. El documental está basado en el poema de Walt Whitman Manhatta —nombre original de la isla neoyorquina— recogido en el poemario Hojas de hierba y cuyos versos servían de subtítulos a las imágenes. A partir de entonces, las calles y los modernos edificios se convirtieron en un tema recurrente de sus fotografías y pinturas. Sheeler ha convertido las calles neoyorquinas en profundas gargantas por la altura de los rascacielos. Si bien, como en otras pinturas, se puede adivinar que se inspira en fotografías suyas anteriores y que emplea en el lienzo ciertos efectos técnicos de la fotografía, como las transparencias y las dobles exposiciones, la imagen plasmada con sus pinceles va mucho más allá que la captada con su cámara.
«El espacio —escribía Sheeler— de una, dos y tres dimensiones, el color, la luz y la oscuridad, la gravitación o las fuerzas magnéticas, la resistencia de fricción de las superficies y sus cualidades de impregnación, todas ellas cualidades capaces de producir una comunicación visual, son los recursos del artista plástico, quien es libre de usar muchos o pocos según sus preocupaciones de cada momento». En este lienzo aplana y simplifica los edificios, hasta reducirlos a sus cualidades abstractas y convertirlos en meras construcciones impersonales. Con su peculiar estilo precisionista, definido a veces como realismo abstracto, plasma las geometrías básicas de los rascacielos con una pincelada precisa, una paleta apagada de colores arbitrarios e irreales. Ahora bien, al estilo preciso, casi matemático, se une una iluminación irreal y visionaria que hace de esta pintura una evocación melancólica e intemporal de la ciudad.
Paloma Alarcó